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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Madrileños

Sánchez vivirá un 2 de mayo eterno en las urnas mientras crea que la única manera de ganarse a los madrileños sea insultar a los españoles

Actualizada 01:30

A Madrid solo le tienen manía quienes no la conocen y se dejan llevar por la imagen que proyecta de ella el Pedro Sánchez de turno, que ha trasladado a los madrileños el odio que cree sentir de ellos porque no le votan.

En ninguna tierra de España se tiene tan poco aprecio por su identidad, en ninguna todos buscan otro pueblo de adopción, en ninguna se desconoce su himno autóctono y en ninguna se acepta, de buen grado, que un señor de Cuenca te ilustre dónde se comen las mejores bravas a los tres días de instalarse en Madrid.

Ayuso no arrasa en Madrid por mejorarla, que también un poco, sino por conocerla y no intentar cambiarla a golpe de decreto, de injerencia, de prejuicio y de ingeniería social: el PP quiere parecerse a Madrid, pero el PSOE quiere que Madrid se parezca a él, y hasta que no se dé cuenta de ese error mayúsculo, sus resultados electorales seguirán siendo una catástrofe.

El primer y último socialista que gobernó en la Comunidad, Joaquín Leguina, es hoy un proscrito en el PSOE, como lo sería también Tierno Galván y lo son, para el sanchismo, todos los miembros de su partido que no convierten al rival en enemigo ni apuestan por la confrontación como único argumento de movilización del electorado propio.

En el maltrato a los González, Guerra, Redondo, Leguina, Corcuera y tantos, tildados de traidores por Sánchez y borrados de las fotos sepia como hacía Stalin con los disidentes, tiene el PSOE la respuesta a sus fracasos madrileños: si fusilan al propio, qué no harán con el ajeno.

Madrid le molesta al presidente porque es un espejo que devuelve todos sus excesos y proyecta todas las alternativas resumidas en una: a España le va mejor cuando se parece a Madrid, y mucho peor cuando se parece a Sánchez, un Frankenstein construido con los retales ideológicos de partidos y dirigentes cuyo proyecto es desplomar el país del que viven e imponerles a los ciudadanos un canon ideológico, económico y cultural adaptado a sus delirios y homogéneo para todos ellos.

La única mercancía que la izquierda reparte en Madrid, desde hace años, es el miedo: a la privatización de la sanidad, a los horarios comerciales, a la elección de colegio, a la apertura de restaurantes, a la construcción de chalés, a la creación de empresas, al uso del coche y a la vida en general, con todas sus imperfecciones y errores, pero también con ese tipo de libertad que acaba saliendo a cuenta.

De tanto esparcir el terror, Sánchez ha logrado que el madrileño solo le tenga pánico a él, un Pepe Botella de Pozuelo que va a vivir un 2 de mayo cada vez que se enfrente a las urnas en Madrid y tenga como única propuesta subir los impuestos, cerrar los bares, colar a Otegi e insultar a la gente más trabajadora y generosa de España, no por madrileña, sino por española.

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