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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Sindicatos

Otro 1 de mayo asistiremos al curioso espectáculo de los sindicalistas que nunca han trabajado hablando en nombre de los trabajadores

Actualizada 01:30

La última vez que se vio a un dirigente sindical trabajando, cuenta la leyenda, en España se comerciaba en maravedíes, y de ello da testimonio el más señero de todos ellos, José Álvarez, Pep cuando va a Cataluña a defender a ERC o meterse con los niños de Canet.

El líder de la UGT nació en 1956 en un pueblo de Asturias, y allí cursó estudios de FP, que es el eufemismo que utilizan en estos casos para disimular que se apuntó a algo pero no lo terminó.

Es la «vía académica asturiana», explorada también por otros heroicos representantes de la progresía nacional como Adriana Lastra, a quien su epifanía socialista interrumpió la brillante trayectoria universitaria y laboral que su futuro le tenía reservado: perdimos una gran neurocientífica y también una eficaz cajera de supermercado, pero ganamos a cambio una incomparable portavoza parlamentaria, la añorada Miss Asturias.

Con apenas 22 añitos nuestro Pep, Pepe cuando sale de Cataluña para presumir de pañuelo palestino, sintió la llamada sindical y, desde entonces, se ha inmolado por la clase trabajadora por el curioso método de no formar parte de ella nunca.

Nadie se imagina a un Pablo Echenique dando clases de gimnasia o a un Feijóo de inglés, pero por alguna misteriosa razón a nadie le sorprende que los responsables del empleo o la economía de un país con 47 millones de almas tengan la misma experiencia personal en esos ámbitos que el célebre Carlos Henrique Raposo en el mundo del fútbol.

Apodado El Kaiser, militó en equipos punteros de Brasil, México o Francia sin distinguir un balón de un cochinillo y sin llegar a debutar en partido oficial en ninguno de ellos durante una larga década, un periodo inferior al que suelen disfrutar otros farsantes similares con misiones públicas de mayor enjundia.

Un país no tiene remedio cuando pone al mancebo al frente de la farmacia y le encarga una reforma que nunca hará porque él sería el primer damnificado: mientras la cosa pública esté en manos de quienes viven de ella y no pueden vivir de otra cosa, las opciones de mejora en España serán parecidas a las del pequeño de los Calatrava en el certamen de Míster Universo.

Pepe, Pep cuando vuelve de Cataluña de solidarizarse con Junqueras, saldrá a las calles hoy, Primero de Mayo, con un discurso prefabricado para atacar a las malvadas empresas y salvar al Gobierno, secundado por el mismo número de trabajadores reales que tendría de oyentes una conferencia de Juan Carlos Monedero sobre criptomoneda en un centro penitenciario en Finlandia: con él estarán a lo sumo unos cuantos liberados, los no hayan tenido que sacrificarse por los obreros marchándose de puente a la playa.

Los sindicatos, que un día fueron decisivos en la España fabril, son hoy un negocio similar al Ministerio de Igualdad: vampirizan una causa noble para vivir de ella, procurando que se adopten medidas contrarias a su solución para eternizarse en la mamandurria.

Pero aquí la pregunta no es qué hace Pep, Pepe cuando viaja por España a constatar el estado de las reservas de crustáceos y bivalvos varios, sino qué le responden los empresarios, cuyos representantes se comportan como si fuera cierto lo que esa tropa vividora dice de ellos.

Con 26.000 sociedades cerradas en un año, unos costes laborales que arruinan al empleador pero no le llegan al empleado, una presión fiscal cercana al «impuesto revolucionario» y un yugo burocrático, administrativo, legal y tributario insoportable; van ellos y responden a los zangolotinos sindicales como si fueran el Tito Berni sorprendido en un putiferio tras apoyar la abolición de la prostitución.

A ver si es que ellos, aunque lleven corbata y sepan pelar un carabinero con cuchillo y tenedor, forman parte también de la misma mariscada.

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