Subirse a la tribuna por Bolaños
Sabemos que vale para todo: tras hacer bueno a Iván Redondo, lo mismo saca a Franco y a José Antonio de sus tumbas, que les regala a los independentistas el Código Penal
Félix Bolaños llegó ayer al 2 de mayo madrileño con cara de no haber roto nunca un plato, y eso que tiene toda la vajilla desportillada. Parecía uno de esos canaperos que se colaban en las bodas diciendo que venían invitados por el novio o la novia, según convenía, para comer de gorra. Pero lo que ocurrió ayer no fue solo un show de un dirigente con ganas de protagonismo: es el ejemplo mismo de la degradación de las instituciones y probablemente un punto de no retorno en el uso partidista de los poderes públicos, al que nunca deberíamos haber llegado por parte de nadie. Con todo, jamás un ministro del Gobierno de España había hecho el ridículo más supino que se recuerda en la política europea. Ayer Bolaños alcanzó la cima.
Autoinvitarse a una celebración institucional solo demuestra que vivir en el conflicto y dividir es el único alimento del que Pedro y su fontanero se nutren. Como no podía ser de otra manera, Ayuso le reservó un sitio en primera fila, le saludó fría pero correctamente atendiendo a su condición de ministro del Gobierno de España, no a su comportamiento provocador, que nace de su incapacidad para ganar en las urnas al PP… y hasta a Mónica García. Él quiso rizar el rizo, y hacer un espectáculo bochornoso de su ya injustificable falta de etiqueta, queriendo subir a la tribuna de autoridades, cuando el Gobierno ya estaba representado por la ministra de Defensa, Margarita Robles. De primero de decoro institucional.
Para autoinvitarte en una fiesta en la que sabes que no te han dado bola has de tener mucho morro. No te han ignorado porque seas un pésimo gestor, ni siquiera porque ocultes los desmanes de tu amo y declares secreto de Estado hasta los bocatas que se toma en el Falcon camino de algún concierto, ni tampoco porque intentes dar lecciones de transparencia al Rey Juan Carlos cuando tú has muñido el Gobierno más opaco de la historia de la democracia española. Seguramente no te han convidado porque has hecho del cainismo y el enfrentamiento con la Comunidad de Madrid la razón de ser de tu gestión. De hecho, comportarse como un okupa, tan de moda en la legislación que impulsas, en la Puerta del Sol conlleva tener cierto descaro, bastante mala educación, despreciar las instituciones y tener un injustificable regusto por provocar.
Los 47 años de Bolaños le podían haber dado para tener unas mínimas nociones de protocolo. Por ejemplo, para saber que una institución cursa invitaciones a un representante del Gobierno, en este caso a la ministra de Política Territorial, Isabel Rodríguez, y el tarjetón no es transferible como si fuera un descuento en el Carrefour. O por lo menos, no por bemoles, como hizo el titular de Presidencia. Pero su trayectoria en la fontanería de Moncloa es un auténtico monumento a la falta de respeto institucional: usa preguntas parlamentarias de los separatistas para arrear al PP, ha sido incapaz de llegar a acuerdos con sus amigos populistas y bilduetarras para reformar la ley del sólo sí es sí, que ha tenido que salir adelante gracias al partido de la señora Ayuso, y en las negociaciones con Casado para la renovación del CGPJ actuó de tahúr del Misisipi en versión matonil.
Sabemos que vale para todo: tras hacer bueno a Iván Redondo, lo mismo saca a Franco y a José Antonio de sus tumbas, que les regala a los independentistas el Código Penal, que urde mociones de censura en Murcia y Madrid que le salen por la culata. Su presidente y jefe protector tiene tres vicepresidentas que solo sirven para que su enamorada Úrsula le declare el europeo más feminista, pero todos sabemos que quien de verdad manda es el hombre orquesta del sanchismo, que ejerce con plena potestad de vicepresidente sin cartera.
Ya sabíamos que hace tiempo que dejó de ser ese Maquiavelo en la sombra cuya única misión es llamar todas las mañanas a los periodistas apesebrados para darles el argumentario en las tertulias (que también), porque a don Félix lo que le gusta realmente es salir en la tele y jugar sucio con luz y taquígrafos. Lo que no sospechábamos era que tenía una tendencia psicológica por regodearse rodeado de ayusistas que dan sopas con hondas a sus siglas, a los que demostrar que lo que no se gana en las urnas se puede conquistar con una patochada que te encarame a la portada de los telediarios.
Porque, hablando de Madrid y viendo a Bolaños y su señorito, yo me anulo y me atribulo y mi horror no disimulo, pues aunque el nombre te asombre quien obra así tiene un nombre, y ese nombre es el de… chulo. (Gracias, Muñoz Seca, por su apunte).