Ni a los muertos dejan morir en paz
Para el presidente con menos apoyo de nuestra democracia, los camposantos han sido los mejores campos para cultivar odio
Hoy la familia de José Antonio Primo de Rivera exhumará sus restos de la Basílica Mayor del Valle de los Caídos para trasladarlos al cementerio de San Isidro. No será por voluntad propia, sino que hará de la necesidad virtud para evitar que el Gobierno de España profane su sepultura y coloque otro sello en su cartilla de desenterrador, cruzada en la que se afana mucho más que en solucionar problemas a los vivos. Los deudos del fundador de Falange se han adelantado para robarle a Pedro Sánchez otra de sus portadas preferidas. Porque ya lo dijo hace unos meses: «Pasaré a la historia por haber exhumado a Franco». Un legado de luz, lo definió, como si mover tumbas del siglo XX en el XXI fuera alumbrar la vacuna contra el alzhéimer o hallar el remedio contra el hambre infantil y no un ejercicio vengativo y cobarde, propio del presidente más débil de la democracia y, quizá por ello, el de conducta más mezquina. Porque se ha de ser muy poco valiente para intentar ganar batallas contra los muertos a cambio de consolidar el voto más cainita español, el que solo se reconoce en el garrotazo al contrario y en la paz de los cementerios.
La Memoria Democrática, auspiciada por el lúgubre Zapatero y aprobada como placebo para el rencor, era esto: agarrar una pala para exhumar seres humanos y con la misma herramienta cavar una trinchera, una y otra y otra vez más, hasta conseguir revivir el enfrentamiento y el odio entre todos los españoles, odio que ya estaba muerto en todos, menos en los que se empeñan en que sigamos guerreando porque es la única manera de impugnar su insolvencia. No nos quieren dejar olvidar la más incivil de todas las guerras. Para el presidente con menos apoyo de nuestra democracia, los camposantos han sido los mejores campos para cultivar odio. Sánchez y Bolaños salivan cuando justifican la apertura de lápidas, el cambio de calles, la retirada de estatuas, la reasignación de monumentos y la manipulación de la historia, mientras sus diputados toman cañas en el bar del Congreso con los proetarras de Bildu. Hablar de ETA es, para Gracita Bolaños o Patxi López, no querer cerrar una época pasada; mover cadáveres enterrados hace más de medio siglo, un legado de luz y esperanza.
A José Antonio Primo de Rivera lo asesinó vilmente el Gobierno de la República. Es una víctima más de la contienda del 36, a la que obligan a sacar de su tumba para inhumarla de nuevo en el mismo Valle pero no «en lugar preminente», porque no encaja en el marco mental del guerracivilismo de la izquierda, donde unas víctimas valen más que otras, donde solo eres susceptible de ser reivindicado si presentas credenciales de estar en el lado bueno de la historia junto, por ejemplo, a Largo Caballero, que participó activamente en la decisión del fusilamiento de Primo de Rivera.
Ni uno solo de los problemas que tiene hoy España pasa por ninguna tumba del Valle de los Caídos. Decía José Antonio, que a los pueblos solo los mueven los poetas. Creo que se equivocó porque a muchos españoles, para nuestra desgracia, los mueve el resentimiento, el ruido de las losas al arrastrarlas, el espectáculo televisivo de un helicóptero trasladando un cadáver y la economía subvencionada que calla hasta a los vivos, mientras ni a los muertos dejan morir en paz.