«En Madrid solo vives bien si eres rico»

Dice Ione Belarra, que cuando habla parece una delegada de clase redicha, que en Madrid «solo puedes vivir bien si eres rico o te dedicas a los negocios». Sin ánimo de hacer una columna vivencial, creo sinceramente que se equivoca.

Podríamos hablar de lo bien que se come en Madrid, de su oferta cultural y de ocio. O de que aquí están Goya y Luka Modric. Podríamos incluso celebrar lo poco probable que es encontrarse con una exnovia a la que ya no quieres ver, como dijo Ayuso hace un año, pero los motivos por los que muchos acabamos en Madrid siendo de fuera son generalmente otros. Hay universidades de prestigio, públicas y privadas. Hay una tasa de paro inferior a la media nacional. Pero sobre todo hay un PIB per capita que supera en 5.000 euros anuales a la arcadia feliz de Cataluña o a la Euskadi primada por el cupo vasco. En Madrid, por decirlo de forma breve y mercenaria, hay (por lo que sea o porque nunca ha gobernado la izquierda radical) más probabilidades de prosperar que en otras ciudades de España. Y así hay que ponerlo porque Verba volant scripta manent, decía mi profesor de lengua en el colegio.

En definitiva, la señal inequívoca de que Madrid es un lugar excepcional para vivir, incluso sin ser rico ni dedicarse a los negocios, es que ninguno de los que la critica elige luego Barcelona o Buenos Aires para residir. Al final, hasta a los más indepes les gustaba Zalacaín.

Luego podríamos convenir qué significa «vivir bien», pues cada uno cuenta la feria según le va en ella. Si por «vivir bien» entendemos sueldo de seis cifras, coche oficial y estar a las cinco en casa y con los pies en alto, en efecto son la minoría: Madrid te suele exigir más. Esos estándares de vida son muy elevados incluso para una ministra cuyo único acto de agenda en los últimos siete días ha sido una entrevista en La Hora de la 1 de Televisión Española.

También podríamos definir qué significa «dedicarse a los negocios» y por qué hay partidos e ideologías que consideran al empresario una especie avariciosa que conviene erradicar. Lo peor de todo es que, en este Gobierno de colores distintos pero fobias idénticas, resulta cada vez más difícil diferenciar a Belarra de Calviño; pues lo que una dice con voz de alumna repipi la otra se lo lleva al BOE fingiéndose reformista.