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El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

Ayuso: «O Sánchez o España»

No se requiere apoteósica inteligencia para borrar un país. Basta con que no haya quien te lo impida

Actualizada 01:30

«O Sánchez o España». La disyunción debiera haber sonado como uno más de esos excesos retóricos que trasplantan a la política técnicas bien rodadas del eslogan publicitario. Pero Isabel Díaz Ayuso no se atuvo a la regla que los gurús del spot dan como sagrada: la de que una vez lanzado el titular, como quien lanza una bomba, hay que pasar deprisa a otra cosa, no sea que vaya a notarse que tras su resonar no hay nada. El publicitario sabe que lo que anuncia no existe, que sus brutales tropos verbales o visuales sólo remiten a la conmoción que pone su sintaxis. Y que, una vez ese efecto conseguido, lo real estorba.

Pero «o Sánchez o España» no fue, en la intervención de la presidenta madrileña ante el foro de El Debate ayer, más que el epígrafe bajo el cual pasó a desarrollar, de inmediato, lo importante: un desolador –y no muy discutible– catálogo de lo ya sucedido bajo la presidencia de Pedro Sánchez. Y de lo que viene en camino. Un camino que, en muchos de sus aspectos más ásperos, no está claro siquiera que vaya a poder ser reversible. No lo será sin duras confrontaciones, en todo caso.

Díaz Ayuso fue muy explícita ayer. Y, donde la eficacia del demagogo –y del publicitario, que es su versión de mercado– exige lanzar consignas compactas, cerrados titulares, la presidenta madrileña se ajustó a hacer prolija pedagogía: enumeración paciente de esos cuatro años de Sánchez, en el curso de los cuales el gobierno de España ha ido metódicamente desarmando España: territorial, jurídica, anímicamente. Acta de una extinción.

Por asombroso que parezca –y a mí me lo parece mucho–, un plagiario de tesis doctoral, cuyo único mérito –importante, sin duda– es el de ser joven, alto y guapo, está hoy en condiciones de poder borrar del mapa –del físico como del político, del histórico como del moral– una nación que formalmente existe desde hace medio milenio. No es mérito pequeño para un don nadie con grandes ambiciones. Pero es que ese don nadie –reconozcamos sus habilidades– ha sabido olfatear muy bien lo único esencial en política: el miedo. El miedo de los otros, la cobardía de los otros. Porque, en política –véase, si no, la Alemania de 1932–, conocer la cobardía de tus adversarios es ya adentrarte en la certeza de que todo te está permitido. Aunque seas un fracasado pintamonas austríaco. Aunque seas el más ornamental de los jóvenes recaderos de Pepiño. No se requiere apoteósica inteligencia para borrar un país. Basta con que no haya quien te lo impida.

Nada de lo que Sánchez ha hecho es asombroso. Elemental, más bien. Ha redactado un código penal a la medida de culpables condenados por dar un golpe de Estado y que son hoy socios externos de su gobierno. Ha designado un Tribunal Constitucional a la medida de cuantas posteriores violaciones le sea necesario acometer. En su gobierno de coalición ha incluido a sujetos sustentados por los caudillos populistas que, en Latinoamérica, juzgan a España causante de sus sempiternas desdichas y sueñan con precolombinas brujerías bajo el manto de la Pachamama. Ha atribuido al Estado potestad sobre la definición de sexos. Ha roto la universal igualdad ante la ley, en nombre de la benévola sexuación de las penas. Y, por supuesto, pero eso es ya una rutina socialista, ha dado una vuelta de tuerca más a la demolición de la enseñanza en todos sus niveles… Quedan aún unas cuantas cosas. Que serán hechas, si el Doctor Sánchez logra guardar el poder durante una legislatura más, en compañía de populistas e independentistas. Se resumen en una: reforma constitucional que extinga el concepto unitario de nación.

Así que sí, no pudo ser más literal de lo que fue, Díaz Ayuso. «O Sánchez o España». Y nadie piense que la partida está cerrada.

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