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El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

Doctor Sánchez, peripatético

Y Sánchez se queda tan contento: Feijóo es «peripatético». O sea, se sonríe el doctor, «patetiquísimo»

Actualizada 01:30

La lengua de nuestros políticos es pintoresca. A la medida de su corrupción, exactamente. Y al Doctor Sánchez habremos de agradecerle su sobresaliente empeño en alegrarnos verbalmente el día, con tanta regularidad. El martes último, en el Senado, se superó a sí mismo.

No practico demasiado la escucha del presidente, lo confieso. Por suerte, me avisó un amigo:

–Oye, ¿has visto que Sánchez cree que «peripatético» es el superlativo de «patético»?

Pensé, pobre de mí, que era una malevolencia de mi ingenioso amigo B. Pero me entró la duda. Busqué en internet el vídeo de la comparecencia presidencial ante el Senado. Y di con el verbal hallazgo. Feijóo era primero calificado de «calamitoso» por el doctor Sánchez, quien, de inmediato, nos revelaba que el jefe de la oposición era «patético». A continuación, viene lo maravilloso: el doctor y presidente toca el cielo de la retórica: «Y más que patético, yo diría que resulta peripatético».

Innovador que es él, el presidente ha descubierto ese usual tic de lenguaje mediante el cual los adolescentes practican la colocación de un prefijo –ya sea «hiper», ya «super»– delante de cualquier adjetivo, como modo de solemnizarlo («superguay» vendría a fijar el canon). Él, para innovar, utiliza «peri» que le suena a más grave. Y Sánchez se queda tan contento: Feijóo es «peripatético». O sea, se sonríe el doctor, «patetiquísimo».

Jamás me atrevería a recomendar a alguien de su altura una humilde ojeada a los clásicos griegos. Debo limitarme, pues, a sugerirle que tome de su balda la edición última del Diccionario de la RAE. En cuya voz «peripatético» hallará tres acepciones sólo. Académicas, las dos primeras: 1) el «que sigue la filosofía o doctrina de Aristóteles»; 2) lo «perteneciente o relativo a la filosofía o doctrina de Aristóteles».

El doctor monclovita no tiene por qué dominar –seamos justos– todos los terrenos. Ni siquiera está obligado a echar una miradita, de vez en cuando, al más antiguo diccionario de la lengua española, aquel Tesoro de Covarrubias que, en 1611, habla de los «peripatéticos» cómo «ciertos filósofos que enseñaban en una parte de Atenas que se llamaba peripatos, que quiere decir el paseo o paseadero». O al Diccionario de Autoridades, que, en su volumen V, del año 1737, dice aplicarse ese adjetivo a «ciertos philosophos que enseñaban en Atenas la Philosophía, cuyo príncipe fue Aristóteles. Dióseles este nombre porque enseñaban y argüían paseándose». Pero es que, la verdad, no veo yo mucho a Feijóo dando doctrina aristotélica mientras hace footing en el Retiro seguido por sus discípulos echando el bofe.

Claro que la edición en vigor del Diccionario de la RAE incluye, como eufemismo, una tercera acepción, incomparablemente más popular aunque más tardía. Tal vez se haya querido referir a ella el Doctor Sánchez al llamar a Feijóo peripatético: 3) «prostituta callejera».

¿A alguien extraña ese brusco vuelco semántico que lleva desde las alturas metafísicas al rastrero malvivir de las humanas condiciones? No debiera. Y seguro que no escapará al brillante doctor la diamantina continuidad que une el oficio de un maestro ateniense nacido en Estagira con el de esas que los franceses llaman dames de petite vertu: son cosas de la etimología griega. Peri-patós es «paseo»: lo que nosotros llamamos «dar una vuelta». Los más antiguos cronistas –empezando por Diógenes Laercio– describen cómo el maestro, que ejercía su docencia en el jardín situado a pocos pasos del templo de Apolo Licio, gustaba hacerlo mientras iba deambulando por el jardín con sus alumnos. Protocolo laboral no muy distinto al que la lengua popular –con expresión, hoy, supongo, cancelada– metaforiza como «hacer la calle».

Si es a este tercer sentido RAE al que el doctor Sanchez se acogió el martes, motivos veo para que Feijóo se juzgue difamado. Y para que –como en casos de bastante menor ofensa– se imponga el borrado de las ingeniosas palabras presidenciales en las actas del Senado.

¿Lo más ridículo de todo, lo más grave? Que ni un solo senador tuvo ese día el reflejo elemental de soltar una homérica carcajada. ¿Será que comparten léxico? ¿Todos?

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