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El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

Bellocchio: de dioses y mendigos

Todos los de mi edad debieran leer esta trilogía. La leerán muy pocos. A cierta edad, para nadie son demasiado gratos los espejos

Actualizada 01:30

Todavía alcanza algún libro nuevo a sorprenderme. A mí, que tan poco aprecio guardo a las novedades bibliográficas y que sólo me muevo por librerías de viejo. Y, cuando en alguno de esos nuevos libros, inesperado, percibo el brillo de los grandes –y, más aún, de los grandes desconocidos–, ése es día de fiesta, motivo de confortación en la vulgar monotonía en la que veo cada día naufragar a la escritura.

Me acaba de pasar con la lectura de los dos primeros volúmenes del conmovedor –en lo sentimental como en lo despiadadamente inteligente– De la parte equivocada, esa amalgama de memoria, ensayo y malherida poesía de un autor, muerto apenas hace un año, que se empeñó en cargar sobre su conciencia –y aún más sobre su inteligencia– moral con toda la apocalíptica historia de la izquierda –y de la extrema izquierda– italiana del último tercio del siglo veinte. Sin cerrar los ojos. Con una lucidez, cuya amargura tan difícil es hallar entre los homólogos suyos en esta tierra nuestra.

Piergiorgio Bellocchio puede sonar al cinéfilo español, sobre todo, por sus colaboraciones con su hermano: aquel jovencísimo Marco Bellochio que, a los veintipocos años, nos dejó a todos estupefactos con su película Ipugni in tasca, esos «puños en los bolsillos» que prefiguraban, en 1965, toda la rabia que desencajaba a una generación inadaptada a la ordenada cuadrícula que regulaba el mundo de sus mayores. Piergiorgio, el entonces igual de iracundo hermano mayor de Marco, murió el año pasado. Tenía noventa y un años. Fue, en los setenta, un pilar de Lotta Continua, matriz de la izquierda radical en ese negro fin siglo al que se da nombre en Italia de «años de plomo». Y fue, después, el más inexorable de sus analistas: el que con mayor coraje desnuda sus delirios. El lirismo de sus retornos poéticos sobre la tragedia de una generación que, soñando construir el paraíso, trajo el peor de los infiernos, no sé muy bien si emociona o sobrecoge. Ambas cosas, pienso. Se exige un fuste moral muy recio y una inteligencia microscópicamente sutil para llevar hasta sus recodos oscuros esta autodisección, en la cual, a través de la propia tragedia, desfila la tragedia –todavía no del todo inteligible– de una generación: la que soñó con lo mejor y despertó en lo más injustificable.

«Limitar el deshonor», aclara al inicio de su trilogía. «Un objetivo que hace veinte años hubiera considerado repugnante y absurdo, porque el honor y el deshonor no son cosas que puedan medirse. Y, en efecto, se trata de un objetivo miserable, una mezquindad moral, una ocurrencia de lacayo de comedia. Pero cuando era joven no podía concebir una derrota de estas proporciones».

He dejado sobre el escritorio el libro apenas abierto de Bellocchio. De su lugar en la biblioteca he tomado el legendario Hiperión de Hölderlin en la bella traducción de Jesús Munárriz. Y he buscado las líneas que resaltó, en 1976, un joven que llevaba mi nombre: «El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona, y cuando el entusiasmo desaparece, ahí se queda como un hijo pródigo a quien el padre echó de casa, contemplando los míseros céntimos con que la compasión alivió su camino».

Hijo pródigo de una generación que no tuvo más monumento que el de su propio destierro, Bellochio nada lamenta. Haber sobrevivido al tiempo oscuro de las mayores iluminaciones, de los mayores delirios, de todos los sueños que se cerraron en pesadillas, es ya un lujo al cual nadie hubiera podido aspirar cuando los peores días mostraron su crudeza. A algunos los salvó la lucidez para decirlo. Así, en el cine de Marco Bellochio, que narra la espiral demente del terrorismo italiano. Así, en estas tan serenas páginas, a través de las cuales un octogenario Pierluigi Bellochio va diseccionando, con dolorosa ternura, los horrores de un tiempo maldito. Que fue el de nuestros años jóvenes. Y esto, concluye, «esto es lo que yo entiendo por limitar el deshonor… Devolverte por un instante un poco de respeto por ti mismo, de forma que no sientas ya los golpes que siguen cayéndote encima». Cuando ya la tragedia no puede ser borrada.

Todos los de mi edad debieran leer esta trilogía. La leerán muy pocos. A cierta edad, para nadie son demasiado gratos los espejos.

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