La muerte civil
Pero la muerte civil persiste más allá del terrorismo, y ocurre en el País Vasco y en Cataluña. Y va mucho más allá de ese fenómeno de la espiral del silencio que afecta a todas las sociedades
Además de listas con terroristas y persistencia de la legitimación del terrorismo, en el País Vasco, lo mismo que en Cataluña, hay otro grave problema democrático: la muerte civil de quienes se enfrentan al nacionalismo dominante. Lo que significa estigmatización de todos aquellos que osen significarse como activistas en partidos políticos opuestos al nacionalismo, con consecuencias evidentes en el ámbito profesional y personal. Y esto explica parte del poder nacionalista, por el silencio, la invisibilidad, el apartamiento, el miedo de quienes los cuestionan; y explica las dificultades de los partidos constitucionalistas.
El problema se agrava en el País Vasco con esas 180.000 personas que fueron expulsadas por la persecución terrorista, y por la presión nacionalista, la muerte civil, y que ha analizado el informe del Centro de Estudios, Formación y Análisis Social del CEU, publicado esta semana. Para quien considere excesivo el concepto de muerte civil, ya que nadie pierde sus derechos constitucionales en un sistema democrático, que pruebe a ser candidato del PP, o de Vox, en el País Vasco y Cataluña. Y entenderá en qué consiste eso de la muerte civil en una democracia: problemas para prosperar en el ámbito profesional, dificultades para ser aceptado en las asociaciones municipales o vecinales, desprecio o ignorancia en los medios culturales, miedo de familiares y amigos a sufrir las consecuencias.
Las modalidades de muerte civil son muchas; por ejemplo, a mí me montaron una terrible campaña en la universidad, liderada por Batasuna, apoyada por todo el nacionalismo y acompañada por el silencio de una buena parte del resto. Eso pasó hace más de 20 años, cuando aún existía ETA, el miedo era pánico, y la cobardía, una lacerante realidad cotidiana. Pero la muerte civil persiste más allá del terrorismo, y ocurre en el País Vasco y en Cataluña. Y va mucho más allá de ese fenómeno de la espiral del silencio (la brillante teoría de la politóloga Elisabeth Noelle-Neumann) que afecta a todas las sociedades, el deseo de ser aceptados, de integrarse, y el apoyo a los vistos como vencedores para lograr esa aceptación. En Cataluña y País Vasco hay mucho más que eso, porque lo que la gente se juega es más que la mera aceptación.
Es el contexto en el que el independentismo es minoritario en ambas comunidades, en el que las identidades compartidas, vasco y español, catalán y español, son rotundamente mayoritarias, y, sin embargo, el dominio nacionalista y excluyente es casi total. ¿Hay algún síntoma de cambio? Es posible, como lo indica un dato llamativo de estas elecciones en el País Vasco: el significativo número de jóvenes que encabezan listas en los ayuntamientos. Chicos y chicas como Iker Iribarren, de 22 años, que encabeza la lista del PP en Erandio, o Ohilatiz, de 20, en Alonsotegi, o Julen, de 26, en Eibar, o Jon y Borja, de 21 y 19 años en Leioa, o David, de 19, en Elorrio, o Susana, de 22, en Orduña, o Endika, de 24, en Urduliz. Todos ellos se la juegan, se juegan la estigmatización social, pero se comprometen y se atreven. Desafían la muerte civil.