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Unas líneasEduardo de Rivas

A votar en chanclas

El descalabro socialista del 28-M no se debe ni a Vara, ni a Lambán ni a Ximo Puig, sino a Pedro Sánchez, un presidente autócrata, egocéntrico y sectario

Actualizada 01:30

Jesús le dijo a Pedro: «Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces». Y él, convencido de que nunca le daría la espalda a su maestro, aseguró que no, pero lloró amargamente cuando lo hizo. Debe ir con el nombre, porque si Pedro negó hasta en tres ocasiones, nuestro Pedro ya no sabemos ni cuántas lleva.

Sánchez negó y renegó. «No, no y no». «Las elecciones serán en diciembre». «En diciembre». «A final de año». «No habrá elecciones adelantadas». El presidente del Gobierno se salía por peteneras cada vez que le preguntaban si su legislatura llegaría hasta el final. Las respuestas no dejaban lugar a dudas, pero solo había que tirar de hemeroteca para leer entre líneas.

Nunca pactaría con Bildu y lo hizo; no habría indultos para los independentistas y lo hubo; no gobernaría con Podemos y se abrazó a Pablo Iglesias; no había que tocar una coma de la ley del ‘solo sí es sí’ y la reformó… Y así podríamos rellenar tres folios enumerando. Llevamos cuatro años de mentira tras mentira de Sánchez y solo había una razón para pensar que –esta vez sí– decía la verdad cuando negaba un adelanto electoral: sus ansias de seguir en Moncloa, que han pesado siempre por encima de los intereses del país e incluso de su partido.

El descalabro socialista del 28-M no se debe ni a Vara, ni a Lambán ni a Ximo Puig, sino a Pedro Sánchez, un presidente autócrata, egocéntrico y sectario. Un mandatario que por tal de perpetuarse en el poder al estilo bolivariano es capaz de jugárselo todo a una carta: elecciones en verano y confiar en que una abstención mayoritaria le pueda favorecer. Una vez más, sin pensar en España, sin pensar en el PSOE ni en el españolito de a pie que se puede quedar sin sus merecidas vacaciones, Pedro Sánchez hace lo que cree que es mejor únicamente para su persona.

Por eso, aunque haya que volver a Madrid desde la playa ese fin de semana, aunque haya que hacer una cola de dos horas para dejar la papeleta en Correos, aunque haya que ir al colegio electoral en chanclas y el bañador mojado, hay que votar. Más que nunca –y siempre hay razones– el 23 de julio hay que votar. Porque España merece un cambio, un presidente que piense más en su país que en sí mismo y que rinda cuentas no solo ante sus amigos ni en los medios oficialistas.

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