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El observadorFlorentino Portero

En tiempo de descuento

Se ha convertido en una costumbre poco ejemplar el utilizar el envío de contingentes españoles aquí o allá como mero instrumento de la diplomacia

Actualizada 01:30

En la vida política distinguimos lo que establece la norma, lo que consideramos correcto y el grado de elegancia con el que se desarrolla una acción. Ley, cultura política y estética son aspectos de una misma realidad, aquella que se refiere a cómo organizamos nuestra convivencia, que no es pequeña cosa. Sobre la importancia del respeto a la ley no es necesario que me explaye en esta columna, pues resulta obvio que su vulneración, como la pérdida de independencia de la Justicia, supone la desaparición de la democracia en beneficio de la arbitrariedad y el autoritarismo. El respeto a lo que una sociedad considera correcto, a la denominada «constitución real» de una comunidad política, como la pulcritud y elegancia con la que sus dirigentes se comporten puede no cuestionar el carácter democrático de un régimen político, pero sí la confianza de la ciudadanía en sus representantes, lo que a la postre tendrá consecuencias importantes en la estabilidad del propio régimen.

Una vez que se convocan elecciones generales se entra en lo que, en argot deportivo, denominamos «tiempo de descuento». El gobierno se mantiene, porque no cabe el vacío en política, pero sus funciones se limitan, tanto en el plano normativo como en el de lo que se considera correcto. En tiempo de descuento no se nombran fiscales, ni se aprueban ascensos a tenientes generales, ni se adoptan decisiones importantes en política exterior. Cuando las circunstancias aconsejan hacerlo la tradición y las buenas maneras exigen una consulta, todo lo discreta que se quiera, con el jefe de la oposición.

Nuestro presidente del Gobierno ha comunicado, tras la cumbre de la Alianza Atlántica en Vilna, que España va a asumir mayores responsabilidades en la defensa del frente oriental. En concreto, lideraremos un contingente multinacional estacionado en Eslovaquia y ampliaremos nuestra presencia en Rumanía. Para los que tenemos una cierta edad resulta entrañable ver a los dirigentes socialistas mostrando este nivel de compromiso con la Alianza y contra Rusia. Para los que, como es mi humilde caso, somos atlantistas de toda la vida ver a esta organización revivir, de nuevo gracias a los dirigentes de Moscú, nos llena de esperanza.

Sin embargo, por mucho que nos alegre este consenso atlantista hay comportamientos que no podemos pasar por alto. España lleva años destacando por el envío de contingentes a misiones internacionales, lo que no es necesariamente ejemplar. En su origen fue una forma de modernizar a nuestros ejércitos, en particular el de Tierra, pues durante los años del Régimen de Franco habían estado relativamente aislados y se consideraba importante que se familiarizaran con acciones en las que participaran unidades de otros estados. Más adelante estas misiones fueron una forma de compensar ante nuestros aliados el bajísimo presupuesto dedicado a la Defensa. Nuestras unidades perdían capacidad de combate, ganaban experiencia en acciones combinadas y nuestra diplomacia salvaba los muebles. Si, por fin, nos hemos comprometido a emplear en Defensa como poco una cantidad equivalente al 2 por ciento del PIB, a lo largo del tiempo, lo lógico es abandonar comportamientos irregulares y comenzar a planificar con sentido.

España es un miembro de la Alianza que, por su situación geográfica, tiene un campo de acción evidente para cualquiera que se moleste en mirar un mapa. Nuestro aporte a la seguridad común está en el Magreb y en el Sahel, en el frente sur. Bien está que hagamos acto de presencia en el oriental, como los estados de esa región lo hacen en misiones enfocadas hacia el sur, pero donde debemos fijar nuestra atención, nuestros medios y nuestra voluntad es en ese espacio geográfico. La situación no es la misma, pero los actores en presencia sí lo son: Rusia y China están presentes desarrollando políticas que van en contra de nuestra seguridad e intereses. Lo que se esperaba de Sánchez es que lograra de la Alianza una mayor atención hacia el frente sur, no que realizara más concesiones. La situación se hace aún más grave si tenemos en cuenta que la Alianza no cubre nuestra presencia en el Magreb. Es más, que algunos de nuestros aliados podrían actuar en contra de nuestros intereses en determinadas situaciones.

Se ha convertido en una costumbre poco ejemplar el utilizar el envío de contingentes españoles aquí o allá como mero instrumento de la diplomacia. Sin negar que en ocasiones puede ser muy oportuno, conviene recordar que la misión principal de nuestras Fuerzas Armadas es la defensa de la soberanía nacional, del propio territorio, y que la capacidad para ejecutarla se ha visto mermada por años de insuficiente inversión, falta de visión estratégica y arbitrariedad en la elección de las misiones.

Que el todavía presidente del Gobierno, a pocas semanas de celebrarse unas elecciones generales, sin consultar con el principal partido de la oposición asuma ese compromiso en nombre de España sólo puede entender en el mismo plano que la firma de la dichosa carta a Mohamed VI, de la que no parece haber constancia en el archivo del Palacio de la Moncloa. No sé si la forma más adecuada para analizarlo sería desde la psicología o, sencillamente, asumir una vocación autoritaria, suficientemente expresada en su reiterada violación de la Constitución. Sea cual sea el enfoque más apropiado estamos, de nuevo, ante comportamientos impropios de una democracia consolidada.

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