Victoria amarga: Sánchez se entregará a Puigdemont
El PSOE no va a respetar las normas no escritas de la democracia española y no permitirá que gobierne el Feijóo, ganador de las elecciones generales
Nunca se había visto una situación así en una noche electoral española: ambiente festivo, como de victoria, en Ferraz, y similar espíritu en Génova. El PP celebraba ganar las elecciones, pero tal vez las ha perdido. Y el PSOE festejaba que las ha perdido, porque tal vez las ha ganado. Por desgracia para España, cabe esperar que Sánchez se avenga a pagar el altísimo precio que le van a pedir los separatistas, pues esta vez necesita también al partido de Puigdemont para completar su sopa de letras.
Una noche de auténtica sorpresa, en la que Sánchez ha vuelto a aplicar su sobado Manual de Resistencia y ha doblado la mano a analistas como yo y a las encuestas, pues excepto la de Tezanos todas daban como muy plausible una mayoría absoluta de PP y Vox. No ha sido así, se han quedado a siete escaños de la misma (seis si se les suma a UPN, que los apoyaría).
Visto el tono de euforia en Ferraz cuando Sánchez asomó al balcón conviene recordar una evidencia: el PSOE NO ha ganado las elecciones. Lo ha hecho el PP, que ha aventajado en 14 escaños a los socialistas. Con Feijóo han dado un estirón de 47 escaños respecto a noviembre de 2019 con Casado como candidato. Una proeza política, que se da la paradoja de que es también un hecho amargo, por insuficiente. La realidad es que ante España se abren dos posibilidades: o un Frankenstein 2, todavía más terrible que el primero; o una repetición de elecciones, que frente a la alternativa anterior sería una bendición. «No pasarán», vociferaba la parroquia socialista en Ferraz. Y desde el balcón Sánchez venía a darles la razón. Cero en democracia: aquí da igual quién gane las elecciones.
Nadie duda que Sánchez estará dispuesto a pagar lo que haga falta por cuatro años más pernoctando en la Moncloa. Rufián le recordaba en la noche electoral que esta vez el precio será «muy caro» (léase un referéndum de autodeterminación en Cataluña y probablemente en el País Vasco). En paralelo, Junts advertía en los términos más enérgicos que su apoyo «no será gratis».
¿Tragará Sánchez ante ese envite, que forzará hasta el límite las costuras de la Constitución y pondrá en jaque la unidad nacional, o preferirá jugársela en otras elecciones? Me atrevería a apostar por lo peor: «Somos más, muchos más, los que queremos que España avance», concluyó Sánchez en Ferraz, falseando unos resultados aún calientes. Desde luego nunca se producirá la solución lógica, a la alemana, que sería algún tipo de entendimiento de PP y PSOE por el bien de España y que evitase a los separatistas.
Sánchez no va a respetar la democracia, ni siquiera felicitó al PP por su victoria, o la reconoció. La norma no escrita en España establece que aquí gobierna quien ha ganado las elecciones generales, y así debería ser. No ocurrirá. Hay un precedente, el de los comicios de junio de 2016. Rajoy ganó entonces con 137 escaños, un resultado casi idéntico al de ahora de Feijóo (136), pero Sánchez se empecinó en el «no es no». Si lo hizo entonces, cuando tenía 85 diputados, ¿qué no hará ahora con 137 y habiendo superado sus resultados de hace cuatro años?
Flotando sobre España queda una pregunta: ¿Cómo ha logrado salvar las naves el PSOE con los hogares castigados por la economía y con un candidato aparentemente desprestigiado, que apenas podía pisar la calle sin abucheos? Creo que la respuesta hay que buscarla en dos hechos bien conocidos: el rotundo dominio de la izquierda en la televisión, que sigue siendo la principal arma de influencia en el voto, y la fractura de la derecha en dos marcas.
Sé que parece pedir un imposible, pero la derecha solo logrará relevar con claridad a la izquierda cuando cuente con una televisión potente remando claramente a su favor y cuando, como hizo en su día Manuel Fraga, alguien acometa la obra de su reunificación. Porque lo que se está consiguiendo con el modelo actual está claro: ganar las elecciones, llenarse de razón... y que luego gobierne Sánchez.
Por último, dejo el aire una observación que anoche me hacían varios amigos: ¿Qué resultado habría obtenido la derecha con Isabel Ayuso como cabeza de cartel? No lo sabemos. Pero lo que sí sabemos es que las victorias honrosas si no se alcanza el poder solo alimentan la melancolía y que ella en el balcón de Génova mostraba cara de circunstancias.
(PD: la Constitución española establece que el Rey «arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones». ¿Sería una situación regular que Puigdemont, un prófugo de la justicia española, decida que en España gobernará un candidato que no ha ganado las elecciones? El Rey tiene una oportunidad de hacer ver a Sánchez y Feijóo que hay que deben buscar una fórmula que le evite a España ese desdoro, que además supone una suerte de suicidio a plazos en brazos de los separatistas).