El gran columnista
La prosa encendida, valiente, fluida, cristalina y enloquecedora de Marhuenda habría convertido mis artículos en textos grises, prescindibles y lejanos a cualquier tipo de interés
Creo sinceramente, que el gran columnista de la España de hoy es, fuera de filias y de fobias, Francisco Marhuenda. Y ya es hora de que explique mi deserción de La Razón. Desde Diario 16 he compartido la página en la que se publicaba mi artículo con otros escritores. En Sábado Gráfico, con Pepe Bergamín, el notable que no cimero poeta de la generación del 27, madrileño y malagueño, muy fotografiado con un mono miliciano en las calles del Madrid comunista y que jamás lució en el frente de guerra, entre otros motivos, porque jamás se acercó al frente de guerra. Eugenio Suárez, que era más de derechas que Eugenio D´Ors, le rescató en los primeros años de la democracia, y escribíamos juntos en una página de Sábado Gráfico que dio su título al primero de mis libros. Coplas, Canciones y Sonetos para antes de una Guerra, con prólogo de Álvaro Cunqueiro, colofón del editor y primorosamente ilustrado de por «Barca».
Bergamín, cuando sintió que la creación poética le agobiaba, se refugió en Fuenterrabía, en la casa de Alfonso Sastre y de su mujer Eva Forest, condenada por el atentado con bomba en la calle de Correos de Madrid. Fue amnistiada, y acogió al Bergamín de los últimos tramos de la vida, que fue enterrado entre mensajes de odio y banderolas terroristas de la ETA y Herri Batasuna. Y también en Sábado Gráfico compartí página con el genial poeta satírico y republicano Juan Pérez-Creus, natural de La Carolina, Jaén, extraordinario porta epigramático, capaz de escribir un poemario en gallego As derradeiras Pombas do Serán –Las últimas Palomas del Atardecer–, por algo tan simple como maravilloso. Se enamoró con locura de una mujer gallega. Sus libros de poemas satíricos son auténticas joyas del talento. En Diario 16 mi columna «Feria de las Vanidades» la ubicó Pedro Jota Ramírez en estrecha vecindad con la de Federico Jiménez Losantos, con el que escribí también a su lado en ABC. Con Federico, Jaime Campmany, José María Carrascal, Alejandro Muñoz Alonso, Antonio Burgos, César Alonso de los Ríos, y demás escritores, que comparados con Marhuenda, pertenecen al montón. Y en La Razón, con David Gistau, Ángela Vallvey, Martín Prieto, Alfonso Rojo, Abel Hernández, y otros insignes columnistas discípulos de Marhuenda. Pero con esa competencia, a duras penas, pude compartir páginas y me sentí muy orgulloso por ello. De ahí, que al conocer la decisión de Marhuenda de dividir mi página con su firma, y dado el malestar que sentía en el periódico con los medios audiovisuales de Atresmedia, me rendí. Porque se puede compartir página con los grandes escritores, pero no con el mejor. Y Francisco Marhuenda es el mejor columnista de España, quizá excesivamente pepero por una deuda –no moral– contraída en el pasado cuando fue jefe del gabinete de Mariano Rajoy, pero pelillos a la mar. La prosa encendida, valiente, fluida, cristalina y enloquecedora de Marhuenda habría convertido mis artículos en textos grises, prescindibles y lejanos a cualquier tipo de interés. Y no me atreví a asumir el reto. Como si al poeta murciano don Pedro Boluda le hubieran obligado a compartir página con Pemán, Dámaso Alonso o Vicente Aleixandre. Boluda era valiente y lo habría intentado, pero yo, no.
Marhuenda es autor de uno de los artículos más hondos y brillantes que se han escrito en los últimos años. «Yolanda Díaz. Una ministra seria, sensata y responsable». El título, quizá, excesivamente largo. Porque Marhuenda es multifocal, y sabe mirar más allá de su lógica gratitud al Partido Popular. Incluso, roza y juguetea desde su lenguaje incomparable con la firmeza de la media burguesía barcelonesa, a la que pertenece.
Yolanda Díaz ha demostrado ser digna de los elogios del gran escritor. Su propuesta de convertir el Congreso de los Diputados en un manicomio de grillos en el que se intervenga en español, catalán, vascuence y gallego se me antoja merecedora de los dulces párrafos de Marhuenda. País de países. Sólo me incomoda que Yolanda Díaz se haya olvidado de la fabla aragonesa, el aranés, el mallorquín, el valenciano, el panocho murciano, el castúo, y el guanche. Pero todo se andará, si el gran escritor catalán se pone a ello. El valenciano, lo recuerdo, es anterior al catalán y su «corpus» semántico.
A mí, me ha convencido. No hay ministra en España más seria, sensata y responsable que Yolanda Díaz. No lo afirmo yo. Lo confirma Marhuenda, cuya prosa habría iluminado al mismo Francisco Umbral.
En la vida hay que saber cual es el sitio de cada uno. Y en mi caso, la vecindad de los textos de Marhuenda con los míos, me habrían impedido avanzar, lo que modestamente, he logrado a duras penas. A durísimas penas.