Las Evas de Amaral
Las miles de españolas que se destapan su pecho cada verano en las playas no necesitan que reclamen por ellas sus derechos, porque nadie se los ha quitado
España, año 2023. Una cantante bastante conocida para algunos y un tanto desconocida para otros muestra con orgullo sus pechos en un concierto en un festival de música. Ese hecho cambia la historia de la mujer en un país en el que hasta entonces había sido oprimida, perseguida, vilipendiada y torturada.
El simple gesto revolucionario de Eva Amaral en el escenario del Sonorama hace cambiar las políticas de medio mundo. Las mujeres árabes se rebelan contra el hiyab, el niqab, el burka y contra cualquier prenda que les tape. Dejan de ser lapidadas y empiezan a reconocerles todos los derechos que hasta entonces les negaban.
Miles de mujeres inundan las playas nacionales quitándose por primera vez la parte de arriba del bikini en un acto reivindicativo inspirado por los pechos de Amaral.
Instagram, Facebook y demás redes sociales anuncian tras el aluvión de quejas recibidas por no poder mostrar sus pechos que modifican sus normas y a partir de ahora se podrán ver pezones.
España, 2024. Irene Montero premia a Eva Amaral por su acto reivindicativo que llevó a España a la verdadera igualdad y al fin de la censura contra las mujeres.
Salvo esto último, que todavía está por ver, el relato de esos hechos bien pudo ser el que se imaginó Eva Amaral antes de quedarse medio desnuda en el escenario este fin de semana. La realidad, sin embargo, es bien diferente.
En 2023 no es revolucionario mostrar el pecho femenino, ni tampoco se censura la desnudez. Hace casi cien años del primer caso registrado de una mujer haciendo topless en España –la musa de Dalí– y basta con darse un paseo por la playa para comprobar que la práctica sigue en boga. Esas miles de españolas que se destapan orgullosas cada verano en las playas no necesitan que Amaral reclame por ellas sus derechos, entre otras cosas porque nadie se los ha quitado.
De eso va precisamente el nuevo feminismo, de reclamar lo que ya existe para colgarse medallas y de decirte que lo que tú haces está mal y lo que yo hago, bien. Porque enseñar las tetas en un concierto es revolucionario cuando ni siquiera eres la primera en hacerlo pero ganarte la vida como azafata en la parrilla de MotoGP es machista y denigrante. Si se hubiera desnudado otra, la culpa la tendría la malvada industria musical, opresora y falocéntrica, por obligarla a hacerlo. El quid está en el relato y en la forma de contarlo.