Bruselas huele a gofre
Las furgonetas estratégicamente colocadas por la ciudad combaten el olor a basura que impregna la capital de Europa. Y luego dan lecciones
Nos quejamos de España, pero basta poco más de un mes en Bruselas para darse cuenta de que la capital de Europa está lejos de lo que un día fue. O, por lo menos, lejos de lo que nos quisieron vender que un día fue. Delincuencia, suciedad y pobreza en las calles de una ciudad que debería ser ejemplo para el resto de la Unión y que, sin embargo, se dedica a dar lecciones a los demás cuando sus avenidas cuentan problemas por cientos.
Entre chapetón y chapetón –si pensaba usted que como en Inglaterra no llueve en ningún lado, se equivoca– las calles bruselenses animan a pasear. Hay que aprovechar el poco sol que asoma entre las nubes. El problema es que ese mismo pensamiento que tienes tú lo tienen también el resto de los belgas, que parecen escondidos hasta que brotan por doquier para captar su dosis de vitamina D. No era un mito, aquí la toman en pastillas por la mañana para paliar la falta de sol. Y eso que es verano.
Lo positivo de Bruselas es que es una ciudad pequeña, manejable, y vas a pie a todas partes. El metro solo lo coges si vas de una punta a otra o si eres la criatura más vaga de la creación. Lo malo que tiene es que caminando ves la realidad de la ciudad y que hay sitios donde es mejor no entrar. Si no lo hace la Policía, no lo vayas a hacer tú.
Mientras el corazón de Europa fija su mirada en la Agenda 2030, la transición ecológica y en la protección de los animales por encima incluso de las personas, la delincuencia se acrecienta en el resto de la ciudad. Ya son más de 70 los ataques relacionados con tráfico de drogas en lo que va de año y 46 los tiroteos que se registraron en la región en 2022. Un serio problema de inseguridad.
Y otro de salubridad. Cuando das tres pasos te sorprende la basura por el suelo, pero no la de quien se ha comido un caramelo y se ha deshecho del papel, sino los restos de toda la familia que vive en el edificio de al lado. En la capital de Europa no se estilan los contenedores y, de hecho, los belgas están muy satisfechos con su sistema de recogida. Dejan la bolsa en la puerta de su casa a cualquier hora del día y el camión pasa sobre las nueve de la mañana –y no todos los días– a recogerla, sin importarles que hayan comido pescado o se les haya echado a perder la carne.
Los bruselenses dejan su bolsa y se despreocupan de que –algo habitual– alguno de los sintecho que duerme por la zona la abra en busca de algo con lo que alimentarse y esparza el resto por donde caiga. El hedor que impregna las calles pelea duramente con las furgonetas estratégicamente colocadas por toda la ciudad siempre prestas a prepararte un gofre. Tu mente, en defensa propia, opta de inmediato por quedarse con la fragancia del dulce y prefieres pensar que Bruselas huele a gofre.