La salve española
Superado el 15 de agosto, comienza lo que los veraneantes llaman la «cuesta de la depresión», el principio del fin del verano, los días más cortos de luz y las nostalgias más acusadas
El 14 por la tarde y en la mañana de hoy –por ayer–, 15 de agosto, el Orfeón Donostiarra ha interpretado la maravillosa Salve a la Virgen del Coro en la parroquia de Santa María, iglesia y barco varado junto al muelle de los pescadores en la Parte Vieja de San Sebastián. Los nacionalistas, al fin, lo han asumido. No les gustaba su origen. En 1928, la Reina María Cristina, enamorada de San Sebastián, encargó al sacerdote y compositor italiano Licinio Réfice la composición de una Salve a la Virgen para ser cantada por el Orfeón en el día grande de San Sebastián, el 15 de agosto, que también era el día grande en mi casa por coincidir con la onomástica de nuestra madre. Don Licinio Réfice tuvo, además, el detalle de nacer el mismo día que yo, un 12 de febrero, con más de un siglo de antelación, que es un detalle muy de agradecer. La Reina Cristina falleció con anterioridad a su estreno, el 14 de agosto de 1939, con San Sebastián liberada del extravagante yugo comunista-vasquista. Los primeros asesinaban a los católicos y creyentes y los segundos eran católicos y creyentes. Que me aten esa mosca por el rabo.
La Salve la preside el Obispo de San Sebastián y el alcalde donostiarra. Y no cabe un alfiler en Santa María. Finaliza con el «Agur Jesusen Ama», cantada al alimón por el Orfeón y los fieles. Los vascos poseen un natural donaire coral, y cantan muy bien. Lo más vasco que yo tengo es precisamente la voz, el buen oído y mi tono barítono, que no he querido explotar por mi natural modestia. En el Día Grande de la Semana Grande –al menos en mi niñez y juventud–, todos los barcos lucían engalanados, los restaurantes llenos, y de las sociedades gastronómicas Gaztelupe y Gaztelubide, los socios y los miembros invitados del Orfeón, acudían a las 12 en punto de la noche, frontera del 14 y el 15, a cantar en el púlpito de Urgull el «Festara» –Fiesta– rindiendo homenaje a todos los donostiarras marineros y pescadores que se hicieron a la mar y en la mar quedaron. Pasaron muchos años para que los nacionalistas tragaran que la Salve era una composición monárquica, y que su autor fuera un sacerdote italiano del Lacio. Pero se trata de uno de los actos religiosos en honor de la Virgen más sentidos y emocionantes del año.
Aquí en Ruiloba, es también el Día Guapo, el de Nuestra Señora, y un coro mixto de Ruiloba y de Comillas canta durante la misa. Un coro dirigido por Honorio, acompañado en un pequeño órgano por Ramón Bueno, un virtuoso de la música. Se canta a la Virgen de los Remedios, que por estos días baja de su ermita en la cuerda de Liandres y se instala en la parroquia del barrio de la Iglesia. Su momento culminante, cuando todos, coro y pueblo, entonamos «La Estrella de los Mares», una maravillosa habanera que reza a la Virgen. «Ruiloba te saluda/ como a su madre/ y tu nombre repiten/ montes y valles./ Madre adorada/ no olvides a tu pueblo/ que tanto te ama». Y la Consagración con el Himno de todos, el de España.
Y en Madrid, la Virgen de La Paloma, castiza, y verbenera: «Por ser la Virgen de la Paloma/ un mantón de Manila, la, te voy a regalar». En toda España, con sus centenares de diferentes devociones Marianas, festejan y le recuerdan a la Virgen el amor antiguo e histórico de decenas de generaciones. Superado el 15 de agosto, comienza lo que los veraneantes llaman la «cuesta de la depresión», el principio del fin del verano, los días más cortos de luz y las nostalgias más acusadas. Inesperadamente, un golpe de viento huele a otoño, y aunque se marcha pronto, nos deja la advertencia.
Hoy vamos a rezar, a cantar y a pasear a nuestra Virgen. Y también, en mi caso, a cantar y recordar a la Virgen de mi infancia y juventud, capitana del buque varado al final de la calle Mayor de la Parte Vieja. Los jóvenes cantores del Orfeón quizá no sepan, porque no se lo han contado, que estarán llevando a lo sublime la creación musical de un humilde sacerdote italiano encargada por una Reina de España que tuvo el buen gusto de enamorarse de San Sebastián.