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Al bate y sin guanteZoé Valdés

Lo que tienen en común

Como idiomas, dialectos, o lo que sean, nada extraordinario; pero como realidad y eventualidad política: el odio a España por quienes lo usan con esa urgencia

Actualizada 01:30

La guerra en contra del idioma y destrucción de lo que nos une mediante el lenguaje forma parte y es meollo del programa principal que promueven los totalitarismos. Durante el comunismo de Lenin y el de Stalin se produjo un ataque a la lengua rusa, a sus autores clásicos, a niveles tales que Alexandre Poushkine se convirtió en una especie de opositor, antimarxista-leninista, y antirrevolucionario comunista, por el mero hecho de escribir maravillosamente en su lengua.

Salvando los contextos, no muy dispares, lo mismo ocurrió con autores importantes cubanos; pondré dos ejemplos relevantes: Nicolás Guillén («Guillén el malo», según Pablo Neruda), y Carlos Puebla. La obra del poeta como la del cantautor antes del advenimiento fatal a la isla de La Única Voz, que no fue precisamente la de la soprano María Remolá, sino la de Fidel Castro, que no es que no supiera cantar ni bailar (esto último un pecado para los cubanos), sino que hablaba como un orate en lugar de un orador.

Nicolás Guillén escribía una deliciosa y bellísima poesía sensual y erótica, hasta que llegó Castro I, a partir de ahí debió ponerse a componer exclusivamente para el castrosocialcomunismo, recuerden aquello tan espantoso de:

Te lo prometió Martí
y Fidel te lo cumplió;
ay, Cuba, ya se acabó,
se acabó por siempre aquí, (…)

Nicolás Guillén, al fluir del tiempo, del rencor, del engaño y del fracaso que ha sido aquella basura revolucionaria «acabó», sí, él mismo, siendo visto sospechosamente y muy a su pesar como un contrarrevolucionario, lo que sucedió mientras agonizaba y seguía escribiendo su politikpoema comprometido de turno que Granma, el órgano oficial del Partido Comunista Cubano, el periódico de Fidel Castro, le publicaba a diario. Su propia poesía lo traicionó, el «Tengo vamos a ver» fue su espada de Damocles, porque los negros cubanos de la carencia y el espejismo hacia la nada, tras varias generaciones hambreadas, se sintieron identificados, pero no con el before, sino con el after 1959; lean el poema en este enlace y comprenderán.

En cuanto a Carlos Puebla, seré breve, después de haber escrito y compuesto una enormidad de magníficos boleros de amor perjudicó y sacrificó su carrera con las únicas canciones por las que se le recuerda, aquellas donde anuncia la llegada del tirano a la isla y su ordeno y mando, «llegó el Comandante y mandó a parar», que predijo que se acabaría la diversión, y se acabó para siempre de verdad, y su pésimo y mediocre himno al Carnicero de La Cabaña, el Che Guevara, el argentino que más cubanos ha asesinado con el tiro en la nuca: «Aquí se queda la clara…» y tal, que los cubanos actuales de a pie han transformado en «Aquí se queda la claria…» (claria es una especie de pescado monstruoso, de peor sabor, que es la única especie de río, que viviendo en una isla rodeada de mar, los cubanos pueden criar y comer por orden del régimen militar).

En aquella isla, también se redujo el idioma español, como el ruso bajo el comunismo en Rusia, y el alemán bajo la Alemania nazi; existe un documental de los años noventa acerca de las palabras que se podían decir y las que no, porque por el pronunciamiento de ciertas palabras se descubría el origen judío de una persona durante la Alemania nazi.

En Cuba, nos prohibieron la palabra amigo o amistad, impusieron compañero o compañerismo, venían a sustituir el camarada y camaradería en ruso, las esposas y esposos pasaron a llamarse compañeras y compañeros del compañero o de la compañera tal o mascual. Los buenos días, buenas tardes, o buenas noches, se reemplazaron por lemas enmascarados. A tal punto que recuerdo en una de mis citas médicas cuando estaba embarazada al llegar bastante harta ya de todo dije «buenos días», y la enfermera respondió clavándome una ruda mirada: «¿Buenos días, de qué?». Si se hablaba distinto a lo impuesto se podía ser señalado por el interlocutor, calificado de contrarrevolucionario, y del chivatazo no se libraba nadie.

En España se está produciendo idéntico fenómeno, eso sí extendido a nivel mundial, llamado «lenguaje inclusivo», ahora marcado por los derechos de personas a las que nunca les violaron sus derechos a hablar correctamente y a existir, como sí se los violaron a los homosexuales cubanos, que no sólo fueron a dar con sus huesos a campos de concentración castristas, además se les impidió como a todo un pueblo a expresarse correctamente en su idioma: el español.

Recién se ha querido a la cañona inscribir en la UE dialectos o lenguas habladas en regiones de España como lenguas reconocidas y habladas a nivel universal, también se han adoptado en el Congreso sanchista dominado ahora por una señora cuyo expediente no se limita a su desprecio del idioma español y a los españoles que le pagan por representarlos, esto es grave, no sólo lamentable. Algunos se preguntan, qué tienen en común el vasco, el catalán, el gallego… Como idiomas, dialectos, o lo que sean, nada extraordinario; pero como realidad y eventualidad política: el odio a España por quienes lo usan con esa urgencia. El eterno odio de los totalitarismos contra la cultura y los idiomas, el odio comunista común.

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