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Al bate y sin guanteZoé Valdés

El cayo como valor supremo

Volveré a tomar la bandera y con ella puliré mi estimación determinante: mi cayo, mi honor

Actualizada 12:40

Mientras viví bajo una tiranía castrista de corte ultramegacomunista reconvertida tras el derrumbamiento del Muro de Berlín al socialcomunismo del siglo XXI, con todo lo que eso significa, y que entonces pude publicar, yo era para algunos consagrados intelectuales cubanos adoradores de aquella mierda, una «promesa joven de la literatura cubana»; después de haber publicado bajo mi cuenta y riesgo en el extranjero con amenaza añadida (sólo dos autores cubanos lo habían hecho, Reinaldo Arenas y yo), tras haberme exiliado, y no deseando ser eternamente una «promesa joven» de cualquier tontería «robolusionaria», esos mismos intelectuales me llamaron de todo, desde «cloaca capitalista» hasta «gusana vendida».

Los mítines de repudio me persiguieron repartidos por cualquier sitio que yo visitaba en el mundo por el mero hecho de presentar mis libros, en Francia, en España, en Alemania, en cualquier lugar... Las embajadas castristas pagaban a latinoamericanos para que fueran a gritarme numerosos y diversos tipos de improperios; recuerdo que esto sucedió en El Corte Inglés, y hasta en El Faro de Vigo, me lanzaron piedras y palos. Eso fue hace mucho tiempo, créanme que lo sufrí porque no era esa la idea que yo tenía del mundo exterior con sus supuestas libertades; tanto que me salieron nódulos por todo el cuerpo y la presión externa fue desgastándome físicamente, aunque jamás claudiqué.

Más me agredían más anticastrista era, y soy.

En un discurso de 7 horas y media de Fidel Castro, que han borrado de todas partes, el Coma Andante declaró que la revolución cubana (ese producto de marketing creado por él y su hermano, que todos le compraron y le siguen comprando) tenía tres enemigos: Guillermo Cabrera Infante, Reinaldo Arenas, y Zoé Valdés. Honor que me hizo.

Pero. Ese ‘Pero’ tan definitivo de Juan Abreu. Castro cambió de táctica conmigo, retiró la orden de agredirme y hasta de querer asesinarme, como cuando trataron de envenenarme durante una Feria del Libro en Francia o cuando me empujaron contra un autobús en movimiento en el Boulevard Henri IV, y entonces mudó de parecer y su condena desde aquel momento fue no mencionarme nunca más, ignorarme, borrarme.

Esa condena llegó, cual instrucción, hasta los libreros y librerías de Francia, a las editoriales alemanas donde a través de colchones y colchonetas una mano negra pudo maniobrar y me tildaron de alguien que guardaba mucho odio en su corazón, la misma cantilena que usaron antes con Cabrera Infante y con Arenas, para denigrarlos ante los ojos de sus lectores en el mundo.

Pues lo mismo han hecho conmigo, me han tildado de todo, de las cosas más inverosímiles, yo sigo aquí, en mi lucha, que es la lucha de mis padres y la que asumo por mi hija: una lucha que se extendió del anticastrismo, al anticomunismo, al antisocialismo y al antisocialislamismo. No ha sido ni es fácil, sé que no lo será.

Para continuar en este combate he debido soportar primero la llaga, los dolores, el escozor, la peste, los abandonos, las traiciones, la desdicha que todo eso provoca, y sobre todo los silencios.

Puedo decir que me han perseguido ya, más en el exilio, que dentro de Cuba, porque llevo vivido más años en el exilio que en el interior de mi país: 34 años en el exilio, 30 en mi país.

Decía que, para poder soportarlo, he debido amar primero mi llaga, luego intentar sanarla o aliviarla, después dejarla que se convierta en un poderoso «cayo». Y, que esa postilla purulenta devenida «cayo» grueso y duro en mi alma empiece a parecerme mi mayor valor supremo. Mi «cayo» es mi valor supremo, sí.

Desde que se ha sabido que voy en las listas por Vox Madrid para el Senado han vuelto las amenazas evidentes o veladas, tanto en Francia como en España. Curiosamente más en Francia, inclusive por parte de gente que no ha puesto jamás un pie en España. Debo ahora tener cuidado, otra vez, pero jamás usaré protección de ningún tipo. No lo hice antes, no lo haré ahora. Volveré a tomar la bandera y con ella puliré mi estimación determinante: mi «cayo», mi honor.

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