Por padre Jacques Hamel, Samuel Paty, Lola Daviet, por Francia
¿Era necesario dirigir una manifestación violenta que rápidamente se fue propalando por todo el país con una antorcha en una mano, subirse a una moto y dar la nota, a mandíbula batiente?
Tras la muerte de Nahel, de 17 años, que conducía un automóvil sin permiso de conducir, según dicen sin ser de su propiedad, a una velocidad extrema en la que puso en peligro a un transeúnte y a un ciclista, que fue interpelado por la policía y se negó a obedecer la 'ordre d'obtemperer' de detenerse de inmediato, y por el contrario aceleró el coche, lo que provocó que el arma del policía se dirigiera en el sentido que le provocó la muerte (según la investigación policial), en Francia ha detonado lo más parecido a una guerra civil. El Gobierno no querrá reconocerlo, pero las imágenes hablan por sí solas. Y de eso hablaremos…
Nahel, cuyo apellido no aparece por ninguna parte, por mucho que lo he buscado, tenía antecedentes judiciales siendo todavía un menor. Por las reacciones de su madre podemos apreciar cómo es el entorno familiar en el que fue criado y que lo rodeaba; siento decirlo, pero ninguna madre que acaba de perder a un hijo se comporta de la manera en la que esta señora lo ha hecho, se nota que no se trata precisamente de un círculo ejemplar. Vean ustedes mismos, y estas imágenes no son las peores.
¿Era necesario dirigir una manifestación violenta que rápidamente se fue propalando por todo el país con una antorcha en una mano, subirse a una moto y dar la nota, a mandíbula batiente? No, desde luego que no.
El policía no sólo fue detenido y juzgado de inmediato, también con premura por el momento ha sido hallado culpable. Vamos, que ni con lo sucedido en Estados Unidos con George Floyd la justicia actuó tan dinámica en contra de un agente del orden, como ahora en Francia.
También con toda agilidad las turbas tomaron las calles, en toda Francia, no sólo en París, y con mayor violencia que en el 2004; se produjo un escenario de guerra, aunque el ministro del interior Gérard Darmanin no pretenda reconocerlo, pero haya decretado toque de queda en el país a las 21h. Alcaldías, ayuntamientos, escuelas, instituciones, comercios, propiedades, edificios, automóviles, balaceados, tiroteados con morteros y fuegos artificiales convertidos en armas, quemados, reducidos a cenizas. La policía, como ven, poco puede responder. Han tenido que salir sus propietarios, muchos de ellos inmigrantes, a proteger sus negocios, armados hasta los dientes. Uno de ellos a pleno llanto observa cómo le destruyeron su trabajo de toda una vida, lo que aquí se llama 'une souperette', un mercadito, otra joven que sólo hace cinco años pudo reunir el dinero para montar su peluquería llora también frente a las imágenes de su negocio carbonizado: «No es justo, no es justo –repite sin cesar– yo no hice nada, no estoy de acuerdo con lo sucedido con ese muchacho, pero ¿por qué contra mí y contra mi familia que se alimenta con mi trabajo?». Estoy de acuerdo con ella.
No se trata del pueblo francés en su gran mayoría, pero sí estamos ante un fenómeno de odio generalizado por una buena mayoría de jóvenes, de entre 14 y 18 años, que lo mismo venden drogas, armas de medio pelo, como armas de envergadura, en cualquier extrarradio, de París, Marsella, o donde sea… Estamos ante los hijos de una inmigración que no se ha integrado ni se integrará nunca, que desprecia profundamente a este país, pese que se beneficia de todas las ayudas y privilegios que por el mero hecho de ser inmigrantes reciben de este país y de los que pagamos impuestos. Los únicos que muy pocas y en raras ocasiones son considerados para el asilo político en Francia somos los cubanos, y con cero ayudas ni privilegios.
Por otro lado, cómo no recordar en este momento al sacerdote Jacques Hamel, degollado en su parroquia de Saint-Étienne-du-Rouvray, en el 2016, o al profesor de geografía e historia, Samuel Paty, degollado en plena calle por donde rodó su cabeza delante de todos, en el 2020, o la muerte entre torturas y descuartizamiento de la adolescente de 12 años Lola Daviet, y los niños apuñalados recientemente en un parque infantil… Todos tienen un denominador común, los asesinos han sido delincuentes inmigrantes.
Alguien escribió con mucha razón en las redes sociales acompañado de una foto: «Nadie quemó un solo automóvil cuando este sacerdote fue degollado durante su misa, este profesor decapitado, esta niña torturada y asesinada. Ninguno de los tres había violado la ley, es cierto. Ninguno de los tres tenía antecedentes judiciales.» Las palabras, como ya dije, no son mías, pero las apruebo, porque intuyo que la comparación se hace con relación a la reacciones violentas y dramáticas provocadas en este país, que ninguna similar se dio en respuesta a las muertes antes mencionadas.
En cuanto a si lo sucedido en Francia pudiera suceder en España, desde luego, si la izquierda continúa en el poder, el escenario sería muy parecido.