Un feminismo fanático y estúpido
Entre el miedo a ser repudiado y la resistencia a reconocer la participación en la manipulación, persisten en el bulo y celebran el discurso de Aitana Bonmatí contra «los abusos de poder, por Jenni y por todas»
Tras el nuevo episodio de feminismo fanático y estúpido persiguiendo un beso, cada día es más difícil defender que existe otro feminismo, tolerante, liberal e intelectualmente respetable, y que apoya una causa necesaria, la igualdad de las mujeres, todavía un problema, sobre todo en algunas partes del mundo. Entre lo de Díaz y Montero y ese feminismo hay un abismo de diferencias, pero resulta que la versión dominante es la de ellas, la liderada por la extrema izquierda y aceptada por una buena parte del socialismo.
Como en todos los montajes de persecución fanática, los hechos dan igual, sobre todo una vez que la mayoría se ha sumado al linchamiento. Ni siquiera rompe el montaje un vídeo que prueba la mentira de la agresión y la mentira de la supuesta víctima. Entre el miedo a ser repudiado y la resistencia a reconocer la participación en la manipulación, persisten en el bulo y celebran el discurso de Aitana Bonmatí contra «los abusos de poder, por Jenni y por todas». ¿Pero no estaba Bonmatí en el autobús celebrando el beso de Jenni y de Rubi? Y a ella se añaden los que aprovechan para saldar cuentas pendientes con Rubiales, y ahí le tenemos, doblegado por un beso y no por la ristra de graves escándalos que arrastraba.
El feminismo fanático también destruye a los suyos, como prueba el caso de Rubiales, socialista y amigo de Sánchez. Por su fanatismo y estupidez, este linchamiento me recuerda al de Larry Summers, presidente de la Universidad de Harvard entre 2001 y 2006, y que fue despedido del cargo por plantear en una conferencia la hipótesis de las posibles diferencias de aptitudes entre chicos y chicas para explicar la escasez de mujeres en matemáticas y ciencia. Dio igual que la hipótesis fuera científicamente válida y que se siga investigando en ella, que toda una universidad líder en el mundo despidió del cargo a este economista cercano al Partido Demócrata, por la presión de las fanáticas de allí, aun más poderosas que Díaz y Montero. Lo de Summers me influyó mucho en mis dudas de si debíamos renunciar al concepto mismo de feminismo, pero supongo que me gustan las causas difíciles, y ahí sigo intentado que las fanáticas no acaben con lo bueno que queda de ese término y de sus logros.
Y aún sobrellevo peor la estupidez, que si triunfó en Harvard y en tantas universidades dominadas por la cultura de la cancelación, imaginemos entre nosotros. Lo de Yolanda Díaz denunciando la discriminación salarial entre hombres y mujeres en el fútbol es una muestra de que la estupidez está protegida con la misma impunidad que el fanatismo. Díaz, que hasta amenaza con inspeccionar, es capaz de denunciar las diferencias de ganancias entre Taylor Swift y Amaral, por ejemplo, por discriminación de las españolas, en este caso. O las diferencias entre los jugadores de Primera División y los de Segunda RFEF, o entre Cristiano y Messi y Jenni Hermoso y Aitana Bonmatí. «Las diferencias tienen que ser razonables», ha dicho Díaz, en una ignorancia supina del fútbol, pero también de la libertad de la gente de ver o escuchar lo que le apetezca, y hacer millonaria a Swift, pero no a Amaral.
Y si todo lo anterior ocurre sin que casi nadie se inmute, por qué no lo del desmontaje del Estado con Puigdemont y compañía.