Por qué ha fracasado la derecha
Persiste esa cultura política dominante que estigmatiza a la derecha, sobre todo a Vox, mientras que legitima a la extrema izquierda y a los nacionalismos étnicos, por muy independentistas, antiespañoles y xenófobos que sean
Pocas veces un triunfo electoral ha parecido tanto un fracaso como el de estas elecciones. El PP ha logrado una enorme subida de votos y diputados, y el bloque de la derecha, PP y Vox, ha derrotado claramente al bloque de la izquierda, PSOE y Sumar, pero España está en manos de los partidos nacionalistas anti-españoles, y aún más, en manos de un prófugo de la Justicia como es Puigdemont. Y éste es el fracaso, no haber logrado impedir que el Gobierno de España dependa de los partidos independentistas.
La primera y fundamental razón de ese fracaso es obvia: la división del voto de la derecha: en 2011, el PP de Rajoy logró la mayoría absoluta y 186 diputados con menos votos que la suma del PP y Vox ahora. Entonces, el PP no llegó a los 11 millones de votantes, y ahora, la suma de PP y Vox los ha superado. Por lo tanto, con una izquierda nacional completamente entregada a los nacionalismos étnicos, es necesario lograr una unidad de la derecha, si no queremos una eterna repetición de los pactos que ponen el Gobierno de España en manos del independentismo.
En segundo lugar, estas elecciones se jugaban sobre todo en el marco de la política y de los valores más que en el de la economía. «Es la política, estúpido» más que aquello de «Es la economía, estúpido». Y si Vox ha descuidado la gestión y el pragmatismo, el PP ha minusvalorado el peso del discurso de la superioridad ética de la derecha, de la unidad nacional y del cambio cultural. Ni su acreditada marca de gestión ni la llamada al diálogo entre todos los españoles han sido suficientes para evitar la movilización identitaria de la izquierda en contra de la derecha.
En tercer lugar, la derecha hace tiempo que se dejó confundir por el argumento izquierdista de que existe una derecha que vota por las emociones frente a una izquierda que vota por racionalidad. Cuando la realidad, ahora y siempre, es que el comportamiento político tiene un alto componente emocional en todos los votantes, como ha demostrado la izquierda con su comportamiento en estas elecciones mientras que la derecha ha descuidado ese factor.
En cuarto lugar, la ideología y la identificación partidista siguen siendo fundamentales en el voto, a pesar de tanto análisis desorientado sobre el fin de las ideologías. Por eso se mueve tan poco el voto entre bloques y la partida es entre derecha e izquierda, incluido ese centro, que es centro, sí, pero de izquierda o de derecha. En ese contexto, es un error la confrontación y hostilidad entre PP y Vox, como ha vuelto a ocurrir en estas últimas semanas, porque eso constituye munición para la izquierda.
Y, en quinto lugar, y esto ya no depende tanto de los partidos, persiste esa cultura política dominante que estigmatiza a la derecha, sobre todo a Vox, mientras que legitima a la extrema izquierda y a los nacionalismos étnicos, por muy independentistas, antiespañoles y xenófobos que sean. Una buena parte de los medios de comunicación y de la producción cultural fomentan esa cultura, que siempre rema en contra de la derecha en cada elección. Es fundamental superarla, si la derecha no quiere jugar eternamente en desventaja en cada convocatoria electoral.
Identificar esos problemas es fundamental para asegurar el cambio futuro, para lograr una movilización masiva de la derecha, y que no se haga realidad aquella tremenda frase del comunista Iglesias, «La derecha nunca volverá a gobernar en este país», o el no menos ultra grito del «No pasarán» en la sede de Ferraz el domingo por la noche.