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GaleanaEdurne Uriarte

Libres, iguales y valientes

Aspiramos a ser libres e iguales, pero este socialismo echado al monte del extremismo lo está poniendo muy difícil, y la valentía para cuestionarlo no es lujo, sino una necesidad

Actualizada 01:30

Libres e iguales es un ideal político que se ha popularizado en España, liderado por la derecha. Muy pertinente en una democracia condicionada por nacionalismos étnicos que defienden la desigualdad de los españoles y lo hacen con el apoyo de la izquierda. Pero al ideal le falta una tercera pata que se echa de menos sobre todo estos días, la de valientes, la de líderes y ciudadanos que tengan el valor de cuestionar la demolición del Estado de derecho a la que estamos asistiendo. Y tantas otras cosas.

Porque el ideal de libres e iguales remite a los derechos, pero no a las obligaciones, de ahí que tenga tanto éxito. Y ser libres e iguales cuesta un esfuerzo, una responsabilidad, un riesgo. Ya hemos visto en el caso Rubiales lo poco que hay de la tercera pata, cuando la jauría del feminismo fanático ha fulminado a este hombre por un beso, y con él, y por aplaudirle, al seleccionador que acaba de ganar una copa del mundo. Y no vale la excusa de que Rubiales es sospechoso en varios escándalos, porque no le han echado por eso, sino por un beso celebrado por las propias futbolistas, ahora convertidas por el feminismo gobernante en menores de edad sin criterio propio. En el colmo del disparate, estamos a la espera de saber si el beso es delito en Australia para ver si mandamos a Rubiales a la cárcel, mientras la jauría arremete también contra Susana Griso por dar dos besos a Feijóo y bromear por ello. Esto da para una gran película de humor, pero no creo que se atreva el cine español.

Pedro Sánchez está acordando con Puigdemont un pacto contra nuestro Estado de derecho, y se siente tan impune que presume de ello públicamente, mientras los suyos lo justifican con los argumentos más delirantes, o llaman «momias» a los críticos del PSOE, como la ultra y musa de la extrema izquierda, Maruja Torres. Catedráticos que presumen de racionalidad como Víctor Lapuente dicen que esto es un conflicto entre «legalistas» y «democratistas», y que hay que ir con los segundos. Es decir, que, si tienes mayoría suficiente, te puedes cargar la ley, la Constitución y lo que se tercie. O que la democracia liberal ha muerto.

Es verdad que hay una cierta parálisis social provocada por la sorpresa del inesperado resultado de las elecciones. Pensábamos que las urnas iban a acabar con los desmanes de Pedro Sánchez y con sus impresentables pactos con el nacionalismo extremista, confiados en que era inconcebible la continuación de una nación sometida a las exigencias de las minorías nacionalistas. Pero la realidad es que el chantaje se ha redoblado, y la falta de escrúpulos democráticos y éticos de Sánchez, también.

Y no hay por el momento trazas de rebelión social, mediática e intelectual contra esta degradación democrática. Los mismos que arremeten habitualmente contra populistas de derechas como Viktor Orbán y compañía por utilizar el argumento de la mayoría frente al del Estado de derecho, defienden ahora con entusiasmo que, si Sánchez suma con el prófugo, puede aprobar lo que sea. Y eso que Sánchez ni siquiera ha ganado las elecciones, mientras que Orbán lo hizo por mayoría absoluta.

Aspiramos a ser libres e iguales, pero este socialismo echado al monte del extremismo lo está poniendo muy difícil, y la valentía para cuestionarlo no es lujo, sino una necesidad.

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