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Perro come perroAntonio R. Naranjo

El chat de los estudiantes de La Rioja

La Policía Puritana vuelve a la carga con la persecución pública de unos chavales muy tarugos pero nada peligrosos

Actualizada 01:30

Hacer el idiota en privado, con los amigos y la familia, es un derecho fundamental del ser humano, que además le distingue del animal, que nunca hace cosas absurdas, innecesarias o contraproducentes. Un perro, digamos, nunca correría voluntariamente delante de un toro en Pamplona, pero tampoco inventaría la penicilina ni compondría la 40 de Mozart.

Lo ridículo es el reverso de lo genial, y ambas caras son imprescindibles para entender al homo sapiens, que es un todo compuesto de virtudes inigualables y estupideces sin par, necesarias ambas para distinguirse del resto de animales.

Ese es el contexto en el que los futuros profesores formados en la Universidad de La Rioja escribieron tonterías en un chat ubicado en ese templo sagrado que es la intimidad, donde todo se deforma y adquiere las condiciones de la física cuántica: cuando lo observas en público, cambia por completo y parece lo que no es.

La progresía se ha puesto muy estupenda al conocer la berrea de los muchachos, que dijeron barbaridades zafias sobre la nueva hornada de alumnas y, en especial, sobre su ropa interior: «A romperles las bragas», se lee en uno de los mensajes, el más celebrado por el equipo de Opinión Sincronizada que potencia o esconde los debates que le interesan o le sobran a Sánchez.

Nadie soportaría la difusión pública de los comentarios que hace en privado con los amigos, y tomarlos como una confesión de la naturaleza de los autores es tan ridículo como pensar que Anthony Hopkins es de verdad Aníbal Lecter cuando encarna al psicópata sibarita en El silencio de los corderos.

Pero más allá de esa evidencia, que solo los tontos y los cínicos niegan, hay algo aún peor en la polémica montada en torno a esos universitarios zangolotinos, muy similar a la desatada el año pasado contra los lampiños inquilinos del colegio mayor Elías Ahuja de Madrid, con aquel burdo ritual de apareamiento jovezno presentado como un intento de violación masivo por los mismos que luego, sin pudor alguno, ignoraron las consecuencias de la ley del 'Sí es sí' o miraron para otro lado en las Baleares o Valencia con casos reales de abusos sexuales a menores tuteladas.

Y eso peor que tomarse en serio las bromas de mal gusto de la muchachada, merecedoras de reprobación adulta pero no de movilización judicial es aceptar la profanación de ese territorio sagrado que debe ser la intimidad, el único reino que tienen, por igual, súbditos y monarcas.

Un chat privado en WhatsApp no es un mensaje público en las redes sociales, no se atiene a las mismas normas que regulan la convivencia y no definen a sus usuarios, digan lo que digan. Pero sobre todo no deben ser conocidos por nadie, que no sean sus propietarios y participantes, en nombre de unas normas y convenciones que simplemente no son vinculantes en ese sagrado espacio personal.

Aceptar que se puede acceder a ese santuario con una buena excusa equivale a asumir que el poder, sea político, mediático o jurídico, pueda hacerlo en cualquier circunstancia, por si acaso detecta algo desagradable para el neopuritanismo impuesto por los ayatolás de la nueva moral progresista.

Esto es válido para los zánganos universitarios en cuestión, pero también para Pablo Iglesias cuando dijo, en otro chat privado, que azotaría hasta sangrar a mi querida Mariló Montero: lo dijo porque nadie le oía, no porque lo pensara ni estuviera dispuesto a hacerlo, como usted y yo hacemos bromas macabras de Jenny Hermoso, Pablo Echenique o el Rey Juan Carlos que no nos definen ni anticipan un comportamiento criminal.

La defensa de la igualdad, el civismo, la educación y el respeto se ha convertido en una excusa, en fin, para imponer un canon ideológico castrante que presenta a España como un país repleto de mujeres indefensas y de hombres trogloditas, con un relato escandalosamente totalitario que aspira a justificar la invasión de la privacidad en nombre de un bien mayor.

Y ante eso hay que poner pie en pared: las chicas de la universidad riojana no son enfermas, discapacitadas o víctimas; y sus compañeros no son peligrosos agresores descubiertos, felizmente, con las manos en la masa. Son simplemente jóvenes haciendo el imbécil, que es un lujo efímero que se pasa con la edad.

Los malos tratos, las violaciones y los asesinatos de verdad, mientras, siguen igual o peor que siempre. Y una parte de ese desastre es achacable a los mismos cretinos que se dedican, a la vez, a perseguir a niñatos inofensivos y a auxiliar a peligrosos delincuentes que, ellos sí, destrozan muchas bragas.

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