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Pecados capitalesMayte Alcaraz

La votación lanar del grupo sanchista

Aunque ese delito de deslealtad constitucional que prometió el líder del PP no afecte al grupo estabular socialista, sí llegará un momento en el que, al menos desde el punto de vista moral, los 121 tendrán que rendir cuentas de su felonía

Actualizada 01:30

Congelemos la imagen. Han pasado unos cuantos minutos desde la una del mediodía del 27 de septiembre de 2023. Congreso de los Diputados de la cuarta economía de la Unión Europea. Votación de investidura del ganador de las elecciones celebradas en un caluroso mes de julio para evitar que el presidente saliente, enfermo de poder, pierda la poltrona. Los secretarios de la Mesa de la Cámara legislativa, cuyos puestos fueron repartidos entre los socialistas y los separatistas (estos últimos partidos estarían ilegalizados si se tratara de países como Francia o Alemania), leen por orden alfabético los nombres de los 350 diputados que tienen derecho a voto. Le toca llamar al sufragio a la secretaria segunda del Congreso, María Isaura Leal Fernández, una veterana socialista que tiene en su biografía sanchista haber presidido una comisión gestora del Partido Socialista de Madrid (que vive habitualmente bajo comisiones gestoras) y haber dirigido el Comisionado contra el reto demográfico. Dos responsabilidades fallidas que dibujan bien a las claras el perfil de la diputada. Cuando llama a Herminio Rufino Sancho Íñiguez a votar, el diputado socialista responde con un sonoro «Sí» a la investidura del candidato del PP, Alberto Núñez Feijóo. Isaura se ha equivocado y llama Sánchez a Sancho al pronunciar su apellido (el culto al líder produce monstruos lingüísticos). De ahí la confusión.

La propia secretaria reconviene al diputado «díscolo», que enmienda su error y luego ofrece una explicación surrealista en los pasillos: «Sancho, sí, soy Sancho, soy Sancho, en honor a mi padre y a mi familia. Sancho, sí, no, yo soy Sancho, sí, que soy Sancho no Sánchez, he dicho Sancho, sí». Más allá de la anécdota y de la confusión, que a cualquiera puede pasar (el diputado del PP Alberto Casero elevó al paroxismo los deslices parlamentarios y ahí tenemos a Yoli subida a su nefasta reformar laboral), lo cierto es que arroja una imagen tenebrosa de nuestra vida política y parlamentaria. Tenemos de presidenta de las Cortes a una socialista-soberanista que huye de decir España cada vez que debe, puesta por un presidente que está a punto de entregar nuestra integridad territorial y ordenamiento jurídico a unos delincuentes; y los escaños los ocupan, en una buena proporción, parásitos que viven de cuentas corrientes agradecidas al dedazo de un líder que los puede mandar al SEPE en menos que pronuncia una trola. No es que en el resto de grupos haya mucho criterio independiente, pero los parlamentarios de Sánchez han tocado fondo respaldando todas las aberraciones monclovitas.

Escuchar al alcalde de Mezquita de Jarque, el turolense, «Sancho, sí», no saber ni explicar ante la prensa su empanada mental es un auténtico fresco al natural de una profesión, la de político sanchista, que es la única que no exige ningún certificado académico ni prueba de idoneidad ni habilidad alguna. Salvo la lealtad inquebrantable al jefe, haga lo que haga, como dejó sentado hace un par de semanas el líder de los socialistas gallegos González Formoso cuando le dijo a Sánchez aquello de «tú, Pedro, haz lo que tengas que hacer». Más de seis mil euros mensuales se levanta Sancho, al que el aludido Sánchez debería haber nombrado su portavoz en la investidura. O quizá lo mejor hubiera sido haber sintetizado en una sola persona la elegancia de Óscar Puente, la elocuencia de Herminio, la donosura de Ábalos y la frescura de Tito Berni. Para que luego digan que el presidente en funciones no tiene banquillo.

Cuando el delegado sanchista de Teruel fue preguntado si en ese inesperado voto afirmativo se contenía un ejercicio de sentido de Estado, nuestro héroe contestó airado: ¡¡¡Noooooooooo!!! Por eso, ni hoy habrá sorpresa (descartada la vuelta a la racionalidad del PNV que en breve comerá de su medicina), ni ninguno de los 121 diputados socialistas del Congreso le negarán su voto lanar al presidente cuando llegue su investidura ni, tampoco, habrá entre ellos un ataque de decencia que obligue a rechazar la ley de amnistía cuando en breve tengan que votarla. ¿Sentido de Estado? ¡Noooooooo!

Aunque ese delito de deslealtad constitucional que prometió el líder del PP no afecte al grupo estabular socialista, sí llegará un momento en el que, al menos desde el punto de vista moral, los 121 tendrán que rendir cuentas de su felonía.

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