Sánchez es la España que bosteza
Hay una España que bosteza, o que parece que bosteza porque está con la boca como el que se tragó el cazo, de tanta trola e infamia que embucha
«Españolito que vienes al mundo» es un poema de Antonio Machado que discurre entre las dos Españas. Muchos de los españolitos a los que una de esas dos Españas había de helarles el corazón ya están fríos, están muertos; murieron durante y después de la guerra civil. Otros aguantaron la posguerra con esfuerzo, callo en las manos y talento; otros sobrevivieron al franquismo y hasta construyeron esa Transición que cambió el sentido de «tránsito», y dieron los primeros pasos en una democracia cogida con los alfileres con que las abuelas hacían encaje de bolillos en el mundo. Esas Españas lograron entenderse: en 1977 con una ley de punto final, en 1978 con una Constitución integradora y proyectada hacia el futuro y, finalmente, en el liderazgo de unos políticos curtidos en el consenso y con una mirada amplia, alta, de luces largas no cegadoras que iluminaban el porvenir. Machado rogaba que a ese españolito que venía al mundo le guardara Dios. En la fe esos españolitos, nuestros padres y abuelos, hallaron las respuestas vitales que la existencia mundana no reporta.
Muchos de esos españolitos están muertos. Los visitamos en tumbas que guardan vidas sacrificadas volcadas en el cuidado de la familia, en la lucha por los ideales, en el patriotismo de una patria donde cabían todos. Y menos mal que al estar muertos, no se les helará la sangre, porque ayer se escuchaba en Galicia al póstumo heredero de aquellos políticos, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, ensuciar los versos del poeta que nació en el palacio de Dueñas, para atizar a Feijóo: «España bosteza por la enorme pérdida de tiempo» (que provoca su investidura fallida). Y el auditorio de socialistas gallegos, que no gobiernan en Santiago desde que Touriño tradujo el significado igualdad por un audi de última generación, reventaron sus palmas aplaudiendo, sí, pero en los carrillos de sus correligionarios, a quienes se les helará el corazón al propiciar otros cuatro años de Moncloa, Mareta y Falcon a cambio de siete votos que solo se activarán si el Estado pide perdón a los que violentaron las leyes para proclamar que los gallegos son peores que los catalanes.
Aplauden a quien manda callar a los socialistas que unieron a las dos Españas convocándolas en una Constitución común; aplauden a quien expulsa del partido a un honorable hijo y nieto de socialistas por defender la igualdad de todos los españoles; aplauden a quien abate al que chista una queja aunque tenga dignidad para dar y tomar y enterrarle a él con entrega al partido, no con falacias, como Joaquín y Nicolás; aplauden al que ha acabado con el socialismo histórico para apropiarse de unas siglas y convertirlas en franquicia de su ambición; y aplauden, al fin, a quien ha vuelto a levantar trincheras, a quien pone precio a la libertad de sus conciudadanos, a quien abraza a los herederos de ETA y a quien encarga vídeos a sus amigos mediáticos para humillar a las víctimas.
En efecto, hay una España que bosteza, o que parece que bosteza porque está con la boca como el que se tragó el cazo, de tanta trola e infamia que embuchan, pero que ya está harta y promete levantarse el próximo fin de semana para decirle al líder de la nada que no está dispuesta a que se le hiele el corazón.