Baleares se sacude el cáncer de Francina
La palmera de Sánchez había establecido que para tratar tumores infantiles era más importante dedicar un benvigut al paciente que un preventivo examen que diagnostique la enfermedad
Baleares, para su desgracia, se había convertido desde 2016 en un laboratorio de pruebas de la traición socialista a los principios de igualdad entre españoles, que el PSOE nos había vendido desde la transición. Allí Francina Armengol, actual presidenta del Congreso de los Diputados gracias al Frankenstein 2, había decretado que los médicos debían acreditar, antes que sus conocimientos científicos y su praxis clínica, la titulación en lengua catalana. Solo así podían ejercer en Baleares. Claro, el resultado fue abracadabrante: el déficit de médicos en las islas llegó a ser de 800 doctores. En Formentera e Ibiza, por ejemplo, la falta de oncólogos había sacado a las calles, en señal de protesta, hasta a los mismísimos enfermos de cáncer que, si querían ser tratados, tenían que soportar constantes cambios de médicos y consultas telemáticas. Lo mejor, sin duda, para curar esta patología.
Si nos ponemos en el lugar de un profesional sanitario, de Asturias de Extremadura o de cualquier otro sitio de España, recién licenciado y con ganas de ejercer su profesión en las islas, es evidente que esa medida que impuso Armengol era absolutamente disuasoria, un elemento excluyente que dejaba a los pacientes de Mallorca y Menorca sin perfiles médicos en distintas áreas. Ese impedimento se unía al déficit de viviendas que padece el archipiélago y que la progresista Armengol agravó durante su mandato.
Gracias a la sociedad civil balear, con Mos Movem a la cabeza, este disparate no ha dejado de ser denunciado. Hace cincuenta días que Marga Prohens, del PP, dio la vuelta a la tortilla política y liberó a los baleares de la condena de Francina, una hoolingans de Pedro que de socialista no tiene nada. Hace años que se pasó al lado oscuro, donde habitan los que dicen ser de izquierdas pero que compadrean con la ideología más excluyente y racista: el nacionalismo. Ahí donde han encontrado acomodo María Chivite, Ximo Puig o Salvador Illa.
La palmera de Sánchez había establecido que para tratar tumores infantiles era más importante dedicar un benvigut al paciente que un preventivo examen que diagnostique la enfermedad. Para la que es hoy la tercera autoridad del Estado, en la republiqueta balear el cáncer se cura entonando Els Segadors o ensoñándose en la mirada coactiva de Oriol Junqueras. El acuerdo programático con Vox permitió a Prohens gobernar en solitario, pero siempre que se cumplieran medidas innegociables como acabar con esta discriminación. Bien por el PP y Vox que no han tardado en convertirla en una ley que beneficia a los ciudadanos, y no a los delirios del pancatalanismo, ese mascarón de proa hoy de un movimiento formado en 1899, que unos cuantos políticos inmorales, que no entienden en qué siglo viven, siguen cultivando.
La hija del boticario Armengol, que fue lideresa europea en caída del PIB, es la misma que purgó a un policía municipal de Palma porque denunció que una madrugada ella –después de someter a restricciones anticovid a sus conciudadanos– y sus amigotes terminaron de copas y farra. Como dechado de virtudes que es, tiene en su haber una ceguera bochornosa ante los abusos en su Comunidad a niñas tuteladas que eran prostituidas, sucio asunto cuya investigación ha torpedeado la feminista Armengol. Todo eso le ha servido para ascender en el sanchismo. Menos mal que todavía hay políticos que usan el sentido común y la lealtad a sus principios. O sea que hacen lo contrario que Francina, que ahora se dedicará a imponer el catalán en su nuevo laboratorio de dislates: las Cortes de España.