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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Yoli, menos fútbol y más Prozac

Esta Adenauer con ondas al agua tiene el circo interno lleno de enanos, bueno, de enanas: hasta Ione se le sube a la melena, exigiéndole que Irene Montero, la libertadora de pederastas, repita en el nuevo Frankenstein

Actualizada 01:30

Como buena comunista, Yolanda Díaz tiene la curiosa habilidad de ponerse del lado de los malos o de los aspirantes a malos. Se cuenta su biografía política por traiciones (Beiras, Iglesias…) y cuando tuvo que elegir entre un colaborador investigado por consumir pornografía infantil o la decencia, optó por lo primero. En cualquier país medianamente serio, que una vicepresidenta del Gobierno se citara con un forajido de la justicia para pedirle sus votos a cambio de subvertir el ordenamiento jurídico español se hubiera castigado, primero con su destitución fulminante, y después con un procedimiento jurídico por alta traición al Estado que prometió defender. Lo primero no se produjo porque el que la tenía que cesar es el principal beneficiario de los frutos que pueda dar esa aberrante reunión; lo segundo está por ver, aunque el Tribunal Supremo ya ha admitido a trámite una denuncia de Sociedad Civil Catalana, que se une a la de Vox.

Esta arribista, aficionada a dar piquitos no consentidos y hacer arrumacos a señores cuya integridad le parece menos protegible que la de una jugadora de fútbol, tiene un olfato imbatible para hurgar en cualquier crisis que le pueda reportar unos minutos de telediario que le compensen las horas de peluquería que lleva a sus espaldas. No tengan ninguna duda de que ella es hoy el factótum del papelón que están haciendo las campeonas del mundo. Ella se reunió con Amanda Rodríguez, la sindicalista del fútbol femenino, hace tres semanas, y dirige su estrategia, sabedora de que las valerosas chicas son un filón de marketing electoral para el feminismo trapacero que practica. Al igual que hizo Irene Montero con Rociíto, a la que convirtieron en la versión choni de Victoria Kent, ahora las jugadoras son el santo y seña de la lucha de la mujer por la igualdad. Lo siento por las 39 de la selección que un día entenderán que lo que fue una gesta épica que, bien canalizada, podría haberlas reportado la consecución de sus justísimas reivindicaciones en términos laborales, de visibilidad y remunerativas, las está convirtiendo en peones de una vicepresidenta sin escrúpulos. Con la gran oportunidad que han tenido para ensalzar el fútbol femenino lo están enterrando en el fango de la política.

A estas alturas todas las féminas deberían saber que esta colección de políticas ventajistas, que deben su cargo al dedo del macho-alfa Pablo Iglesias y a la debilidad de Pedro Sánchez, son tóxicas para cualquier colectivo que, en buena lid, quiera defender un marco de igualdad entre hombres y mujeres. El pasado julio, la tal Yoli, con nueve mujeres asesinadas por violencia machista, un nuevo y terrible récord bajo el gobierno progresista y feminista, imputaba a Feijóo y a Vox por haber eliminado concejalías de Igualdad. Lo decía la que ha callado como una muerta con más de 1.200 violadores beneficiados por la ley que ella votó y aplaudió hasta reventar sus manos cuando se aprobó.

Sabedora Yoli de que, si no consigue que Pedro sea investido, tendrá que vender sus modelos en Wallapop a partir de noviembre, nos ha ofrecido en los últimos días una clase magistral sobre leyes de amnistía que harían sonrojar a un párvulo. Tal es su ridículo papel que va diciendo por ahí que su entrevista con el prófugo de Waterloo ha hecho historia. Esta Adenauer con ondas al agua tiene además el circo interno lleno de enanos, bueno, de enanas: hasta Ione se le sube a la melena, exigiéndole que Irene Montero, la libertadora de pederastas, repita en el nuevo Frankenstein.

Este es el escenario delirante de la hora actual. Seguramente ya es tarde para las seleccionadas españolas, que son mercancía política para la izquierda. Cuando Yoli trinca una presa no la suelta, aunque más que fútbol lo que necesita la vicepresidenta es, descartado Platón que no le combina bien con las mechas, más prozac político. O sea, que se vaya a su casa de donde no debió salir.

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