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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Estamos asistiendo a las consecuencias finales de la rendición de la derecha ante el esquema mental de la izquierda

Actualizada 09:48

Si nos lo dicen hace seis años nos chotearíamos incrédulos. Pero aquí estamos. El Rey ha dado luz verde como aspirante a la Presidencia del Gobierno a un candidato que acaba de perder las elecciones, que busca mandar en España en coalición con los separatistas que dieron el golpe de 2017 y que está dispuesto a concederles una amnistía inconstitucional a cambio de que lo apoyen. El citado candidato tampoco aporta un balance mejor en lo que atañe al bienestar de los españoles. Tras sus cinco años de mandato, España es el país grande de la OCDE donde más cae el PIB per cápita y el de mayor paro de la UE, superando ya a Grecia. Además, la deuda pública se ha convertido en una losa de riesgo (1,5 billones de euros) y el oxígeno de los fondos europeos se está desperdiciando, porque el actual Gobierno solo ha sido capaz de diligenciar poco más del 10 %.

Y sin embargo, el gobernante que ha rubricado ese pésimo balance, el presidente que se ha echado en brazos de los peores enemigos de España, el aspirante que va a entregar nuestra legalidad en el mostrador de Puigdemont, tiene todos los visos de seguir al frente del Gobierno. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Poco antes de escribir esta nota he leído un esclarecedor artículo de un ilustre fracasado, William Hague, ahora columnista en The Times. Hague fue elegido líder del Partido Conservador con solo 36 años y se propuso modernizarlo. Pero en 2001, en sus primeras elecciones generales como candidato, fue vapuleado por Tony Blair y dimitió de inmediato. Evaluando su etapa al frente de los conservadores y su pinchazo, Hague reconoce con sinceridad su error capital: «Mi principal remordimiento es que no aprendí una gran verdad lo suficientemente rápido. No supe ver que en política, como en muchos aspectos de la vida, tus valores importan más que los detalles de tus políticas».

Estoy muy de acuerdo. Y también cuando recuerda un profundo estudio sobre comportamientos electorales, dirigido por el gran gurú del ramo Lyton Crosby, donde llegaron a la conclusión de que «los votantes no siguen las declaraciones políticas diarias, ni siquiera lo intentan». Lo que hacen es preguntarse: «¿Comparte ese político los valores que a mí más me importan? ¿Le preocupa la gente como yo? Y luego valoran si ese candidato es competente y si parece un líder hábil». Hague llega a una conclusión sencilla: lo que al final decide el voto es que tú ofrezcas a los ciudadanos una narrativa, unos valores y una visión clara de a dónde quieres llevar al país.

¿Por qué hemos llegado a dónde estamos? Pues porque la gran derecha española lleva 19 años, desde el final de la etapa de Aznar, sin ofrecer un discurso ideológico nítido y alternativo al del PSOE, que es el de la socialdemocracia asistencial, la igualación a la baja, el revanchismo de la Guerra Civil y el laicismo militante. En realidad, ni siquiera en la etapa de Aznar se dio una batalla cultural en condiciones (de la inhibición de Rajoy ya ni hablamos). ¿Resultado?:

-La izquierda domina la universidad pública.

-La izquierda mangonea por completo la cultura.

-La izquierda domina las televisiones (gracias Soraya).

La izquierda ha conseguido imponer su marco mental, hasta el extremo que hoy el PP se presenta como pidiendo disculpas por ser un poquito de derechas y hasta con su líder hablando ya en lenguaje inclusivo («los diputados y diputadas», decía en sus discursos de la fallida investidura).

No se puede aspirar a conquistar los corazones y las mentes de los españoles prometiendo tan solo una hoja Excel más aseada y que derogarás el sanchismo (para después ni siquiera lograrlo).

Para ganar a lo grande hay que ofrecer una potente alternativa ideológica, aspiracional, que defienda prosperar en la vida frente al subsidio. También una alternativa espiritual, que reivindique el valor de nuestros principios cristianos, nuestra lengua y nuestra historia. Por supuesto para derrotar al mal llamado «progresismo» se requiere una televisión de derechas en condiciones, porque ese medio sigue siendo el agente electoral más decisivo en España. Y aunque no les guste a ninguno de los dos, se hará necesario buscar alguna fórmula de reunificación de la derecha, o al menos concurrir en alianza a las elecciones, porque la actual división al final es garantía de un imperio perpetuo de la izquierda y los nacionalistas. Es pura matemática. Ahí están, como amarga prueba, los resultados del 23-J. Si unos buscan la pureza ideológica absoluta, para la que no hay público suficiente en la España actual como para ganar las elecciones, y si otros se alejan de lo que debe ser un partido de derechas para jugar a ser una especie de PSOE de González, el resultado práctico es que no existe una fuerza conservadora capaz de desbancar al socialismo, el comunismo y el separatismo.

En resumen: ideas alternativas a las de la izquierda que seduzcan a la sociedad; medios de comunicación potentes, que desafíen al rodillo «progresista»; y no hacer el canelo dándose patadas entre las dos facciones de la misma tribu.

Y si no se acomete todo eso, pues ya saben: Sánchez forever y a rezar para que haya un día llegue algún cataclismo que nos libere de él y de su plan de un Gobierno perpetuo del PSOE en una España con sus hilvanes rotos.

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