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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Grandes estafadores de ayer y hoy

Las alertas se acumulaban, pero nadie quería ver la verdad: todo era una evidente y alocada huida hacia adelante

Actualizada 09:54

Harry Markopolos, que hoy tiene 66 años, es un estadounidense de ancestros griegos, que trabajó en su juventud de bróker y hoy ejerce como investigador de fraudes financieros. Markopolos es además un chalado de los números: «Para mí las matemáticas son la verdad». Cuando está cerrando un negocio, Harry prefiere no conocer en persona a la otra parte, a fin de evitar que el trato humano mediatice lo que le indica la fría realidad de las cuentas.

En 1999, Markopolos trabajaba para una firma de inversión de Boston, llamada Rampant. Sus jefes estaban admirados, o sorprendidos, porque una compañía asociada a ellos solía obtener ganancias siempre estables metiendo dinero en el fondo neoyorquino de un tal Bernard Lawrence Madoff. Así que pidieron a Markopolos que echase un ojo al asunto. «En cinco minutos me di cuenta de que los números no encajaban», recordaría él más tarde. Había algo que cantaba a gritos: «Una estabilidad en los beneficios como la que ofrecía Madoff simplemente no existe en las finanzas. Es imposible».

El meticuloso hurón Markopolos se percató pronto de que estaba ante una burda estafa, ni más ni menos que una pirámide de Ponzi de manual: ir pagando a los inversores con el dinero de los que se van incorporando, en una alocada huida hacia adelante. Todo era un tinglado montado sobre columnas de humo. En mayo del año 2000, Markopolos presentó por primera vez el caso ante la SEC, la Comisión de Bolsa y Valores estadounidense, encargada de luchar contra el fraude en los mercados. «Les enseñé las pruebas de la mayor pirámide de Ponzi de la historia y no la investigaron adecuadamente, porque al parecer estaban muy ocupados con otras prioridades. Si una estafa de 60.000 millones de dólares no es una prioridad para la SEC, entonces, ¿qué es prioritario?».

Markopolos presentó sus denuncias contra de Madoff ante la SEC de nuevo en 2005, 2007 y 2008. Nunca le hicieron caso. Madoff solo cayó en diciembre de 2008, cuando sus propios hijos acudieron al FBI. Al año siguiente lo condenaron a 150 años de cárcel y murió en un hospital penitenciario de Carolina del Norte en 2021, con 82 años y por una enfermedad del riñón. Cuentan que en la trena el viejo Bernie acabó trabando una buena amistad con un ilustre mafioso de la familia Colombo, apodado «La Serpiente».

El bróker de origen griego no fue el único que arrugó la nariz ante las ganancias milagrosas que ofrecía Madoff. En 2003, una compañía de Long Island que tenía dinero en su fondo empezó a sospechar también de tanto éxito. En este caso, lo que hicieron fue hablar directamente con él para preguntarle cómo era que obtenía semejantes beneficios, siempre estables. «Tengo un gran instinto. Me fío de lo que me dicen mis tripas y siempre acierto», fue la absurda explicación de Madoff. Pero increíblemente siguieron invirtiendo en su fondo, aunque reduciendo el volumen de capital por si acaso.

En su fascinante libro Hablar con extraños, el sociólogo inglés Malcolm Gladwell sostiene que los seres humanos padecemos lo que él llama «sesgo de veracidad», por el que de entrada tendemos a creer siempre que nos están diciendo la verdad. Es el mecanismo que operó, por ejemplo, cuando Chamberlain se fio ni más ni menos que de Hitler y lo vio como un hombre de palabra.

¿Cómo pudo Madoff engañar a tanta gente, tan ilustre y de tantos países (entre sus víctimas figura hasta Spielberg)? Funcionó el espejismo de las apariencias. Unas oficinas rutilantes en el Lipstick Building, elegante rascacielos en la Tercera Avenida de Manhattan. Una efigie de solvente patricio, del que emanaba una autoridad imperativa y serena. Una ejemplar actividad filantrópica en todo tipo de causas. Numerosos honores académicos. Y unos resultados económicos brillantes, que lo convertían en un mago de lo suyo. En resumen: un trilero capaz de arriesgar al límite con una osadía inaudita, hasta que todo explotó.

Cuento todo esto porque en España vivimos en una clara Pirámide Ponzi política y existe también un Bernie. Pero como en el cuento de Wall Street parece que parte de los clientes todavía no quieren darse por enterados. Lo harán el día que se despierten en el dolor de la ruina.

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