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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

A la atención de Margarita Robles Fernández

¿Debe una jurista de fuste, que hoy está al frente de las Fuerzas Armadas, plegarse a una amnistía que revienta nuestro estado de derecho?

Actualizada 09:15

A la atención de Margarita Robles Fernández, de 66 años, diputada del PSOE y ministra de Defensa, número uno de su promoción en su ingreso en la carrera judicial, magistrada del Tribunal Supremo entre 2004 y 2016:

Estimada ministra, repaso su biografía y constato que su juventud refleja la magnífica España que dio un gran estirón entre los años sesenta y noventa del siglo pasado. Como tantos de nosotros, usted nació y se crio en una capital de provincia, en su caso León, y estudió en un colegio católico. También, como tantos españoles, su padre, abogado, se trasladó a trabajar a Cataluña en busca de mejor futuro. Una vez allí, siguió usted destacando en sus estudios, por su buena cabeza y enorme laboriosidad. Con solo 25 años ya era juez, la primera de su promoción además, y pronto se convirtió en la primera española al frente de una audiencia provincial.

Por lo tanto, no cabe dudar de su solvencia como jurista, que la llevaría finalmente al Tribunal Supremo.

Pero en el país de las puertas giratorias acabó sintiendo la llamada de la política. Aunque nunca se ha afiliado usted al PSOE, su corazón siempre ha estado ahí e ingresó en el Gobierno de González ya en su fase crepuscular. Primero, en 1993, como secretaria de Estado de Justicia, y desde 1994 en el espinoso cargo de secretaria de Estado de Interior. Cabe convenir que en aquel lodazal, donde se llegó incluso al terrorismo de Estado y al escándalo Roldán, usted intentó limpiar un poco el estercolero, lo cual la honra.

Con el cambio de siglo, puerta giratoria otra vez y vuelta a la judicatura con grandes cargos. Y en 2016, retorno a la política de la mano de Sánchez, como número dos por Madrid de su candidatura, en unas elecciones en las que el PSOE se pega un batacazo y se queda en el chasis: 85 escaños.

Hasta aquí todo bien. Conserva usted una imagen de persona seria. Los analistas ensalzan su «sentido de Estado». Parece elevarse como un faro de sensatez en la creciente radicalidad del PSOE. Pero pronto empiezan a suceder cosas raras.

En junio de 2018, Sánchez conquista el poder sin ganar las elecciones aliándose con unos golpistas a los que él mismo había ayudado a frenar el año anterior. Pero a usted, la eminente exmagistrada del Supremo, le parece bien. Hasta el extremo de que se convierte en la flamante ministra de Defensa de ese Ejecutivo, nacido de un pacto turbio con manifiestos enemigos de España.

Aún así, le seguimos dando un voto de confianza. «Margarita es un oasis entre la panda que tiene ahí Sánchez». «Los militares están encantados con Margarita». «Margarita es una garantía de que no se sobrepasarán ciertos límites». Y por supuesto, el gran clásico: el famoso «sentido de Estado de Margarita».

Más sorpresas. Junqueras y sus cómplices, condenados por el Supremo y que se pasan el día repitiendo lo de «volveremos a hacerlo», son indultados arbitrariamente por Sánchez. Margarita guarda silencio unos días. ¿Hará valer su celebrado «sentido de Estado»? Nada. Al final da su respaldo a la tropelía oportunista de Sánchez.

Llega después el borrado, al dictado de Junqueras, de los delitos de malversación y sedición. Margarita, que sin duda tiene un gran «sentido de Estado», acata. Llega la purga en el CNI, porque los separatistas se quejan de que los han espiado. ¿Qué hará Margarita, la del «sentido de Estado»? ¿Defenderá a su gente del CNI, o la dejará a los pies de los caballos para que Sánchez entregue sus cabezas como ofrenda a los separatistas? Margarita, la del reconfortante «sentido de Estado», se pliega de nuevo a Sánchez.

Por el camino, el Gobierno da una vuelta de tuerca a su ingeniería social, con nuevas leyes al dictado de las radicales de Podemos que contravienen la moral católica y hasta el sentido común. ¿Qué hará Margarita, católica practicante? ¿Antepondrá sus principios morales a la disciplina de partido, como en su día hicieron los católicos Gallardón y Paco Vázquez? Agua. Margarita vuelve a elegir el sanchismo, preservar su cargo ministerial, antes que respetar unos principios morales.

España está en una encrucijada. La investidura de Feijóo que comienza este martes fracasará, pues en principio le faltan cuatro escaños. Pero la alternativa más plausible es que siga gobernando su jefe, Sánchez, pagando el precio que le exige un prófugo independentista. El precio sería amnistiar el golpe separatista de 2017, que fue reprimida por el Estado y la Justicia, con la ayuda incluida del PSOE del propio Sánchez.

Y aquí llega la gran pregunta: Margarita, ¿está vez va a estar usted por fin a la altura? ¿O vamos a asistir al delirio de que la responsable ministerial de las Fuerzas Armadas, que tienen como misión defender la integridad de la nación, avale una amnistía que equivale a decir que el Rey, el Supremo, el Gobierno, el PSOE y las fuerzas de seguridad reprimieron de forma injusta a los que estaban rompiendo la nación española? ¿La eminente jurista va a avalar que la ley deje de ser igual para todos los españoles, que las normas queden en suspenso cuando atañen a determinados políticos?

Sería una lástima constatar que una persona de su supuesto «sentido de Estado» cuando llega la hora de la verdad no tiene ninguno, más allá de hacer lo que haga falta con tal de seguir calentando un sillón ministerial.

Margarita, ya no esperamos nada. Pero aún así, dele una pensada en conciencia, por favor. Cierre su carrera como una patriota española y no como una apparatchik más de un partido a la deriva.

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