Hamás Madrid
¿Cómo hemos llegado al punto de ser gobernados por gente que se siente más cómoda con Putin, Maduro o hasta Hamás?
El imaginario popular tiende al exceso siempre, pero en sus caricaturas aparece a menudo una verdad, excesiva como toda hipérbole, pero precisa para facilitar la comprensión por todos los públicos. Aquello que García Márquez decía en sus Memorias de mis putas tristes acaba siendo cierto y, al final, siempre somos lo que piensan de nosotros.
Llamar Hamás Madrid a Más Madrid, uno de los partidos fundacionales de Sumar, puede parecer un derrape, pero define desde ese brochazo el sorprendente alineamiento de cierta izquierda, en España hegemónica ya, con lo peor de cada casa sin excepción.
Era conocida la simpatía por Bildu o ERC, en la orilla más extrema de la izquierda identitaria. Y también con el PNV y Junts, las únicas derechonas reales en un país lastrado por un PSOE que persigue fascistas imaginarios pero se alía con ultraderechistas reales. Pero es una sorpresa que también irrumpa en esa cena de los idiotas, con fuerza, el fundamentalismo islámico, con quien se tienden puentes insólitos en un país con memoria reciente del 11-M.
Puede parecer una novedad, pero en realidad no lo es: la progresiva tendencia de la izquierda internacional más radical hacia posiciones de complicidad con el islamismo más rotundo viene de lejos, y se percibió ya en su inocultable satisfacción con el derribo de las Torres Gemelas: los enemigos de nuestros enemigos son nuestros amigos, vinieron a pensar.
Y se ha agudizado en plena discusión global por la hegemonía mundial, con dos bloques casi tan polarizados como los que Sánchez intenta crear en España: a un lado Occidente, con Estados Unidos algo desdibujada y Europa muy desvanecida. Y al otro, todos los demás, más unidos por el adversario común que por la coincidencia de objetivos.
Sumar y Podemos se permiten insultar a Israel porque media Sudamérica, Rusia, una parte sustantiva de Asia, Turquía y desde luego China también la consideran la embajada occidental en el infierno y, ante la tesitura de alinearse con Occidente o hacerlo con el integrismo, eligen lo segundo sin sentirse una rara avis folclórica y marginal.
En Gaza, como en Ucrania, se juega una partida mayor que probablemente decida si los próximos tres siglos tienen acento americano o chino, si la democracia subsiste o si prevalecen los sistemas autoritarios, si al capitalismo frustrado le sucede una economía de verdad liberal o un intervencionismo absoluto, si los valores ilustrados permanecen o sucumben hacia un totalitarismo unipersonal con distintos apellidos.
Al plazo corto, la irresponsable confusión entre las aspiraciones palestina y las salvajadas de Hamás, principal obstáculo para que allá florezca algo parecido a una sociedad próspera y pacífica, es una manera de prolongar el yihadismo y extenderlo a Europa, donde se detecta un caldo de cultivo favorable que sin duda anima acciones brutales como las ya perpetradas en Francia y Bélgica en apenas tres días.
Y al largo, facilita la derrota de la civilización y la victoria de la barbarie. Porque de eso se trata, al fin y al cabo: averiguar si el nacimiento de una nueva era para la humanidad, ya anunciado por Jacques Barzum hace 20 años en su imprescindible Del amanecer a la decadencia, será con palos o con flores. Y de momento, hay serias posibilidades de que gane la primera opción.