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Cosas que pasanAlfonso Ussía

El susto de la momia

La muerte de José María Carrascal nos obliga a recordarlo con devoción a cuantos aprendimos de su sabiduría

Actualizada 01:30

Y la momia de Lenin tembló.

La muerte de José María Carrascal nos obliga a recordarlo con devoción a cuantos aprendimos de su sabiduría, su talento y su inconmensurable trabajo. Mis primeras lecturas de artículos de Carrascal fueron las de sus formidables crónicas neoyorquinas como corresponsal de ABC. Ya en España pasó por La Razón y volvió a su Casa. Pero su popularidad le llegó gracias a sus informativos «al filo de la medianoche» –y en muchas ocasiones en la medianoche superada, en Antena 3 de Televisión–. Lo que decía y cómo lo decía. Siempre la palabra justa y medida en su sitio. Su manera de hablar, de comunicar, de advertir y de ayudar a sonreír. Le regalábamos corbatas imposibles. Y en la distancia corta, además de un maestro, era un amenísimo profesor de la vida y la síntesis expresiva.

Y la momia de Lenin tembló.

Viajamos a Moscú en plena «Perestroika». Recuerdo a Antonio Burgos, Pepe Oneto –también corbatero multicolorido–, y Manu Leguineche, Antonio Burgos y yo paseábamos por la gran ciudad circular, rebosada de edificios estalinianos. Él, con su acento sevillano, y yo, con un deje más jerezano, más Sotoancho. Llegamos a una interesante conclusión. Moscú no nos recordaba nada ni a Sevilla ni a Jerez. Estuvimos horas hablando con Gorbachov –Marcelino Oreja era el jefe de la expedición organizada por Tito Hombravella–, y Gorbachov que nos recibió en la sede de su Fundación y nos prometió cobijo y atención durante treinta minutos, nos concedió más de dos horas de audiencia. Y nos recibió Shevarnadze, el ex ministro de Asuntos Exteriores de la URSS, georgiano, con camisas con sus iniciales en los puños y un busto de Kennedy presidiendo su sala de juntas. Fue de los pocos políticos que engañó a Manu Leguineche. ¿Permanecerá en Moscú o volverá a Georgia?–. Y Shevarnadze, en bajísimo tono, con voz de mosca, le susurró: –Mi puesto está aquí–. Al día siguiente voló a Tiflis y apoyó un golpe de Estado en Georgia. –Ese mamarracho no tiene seriedad–, murmuraba Manu muy enfadado en el aeropuerto de Sheremetievo, ya de vuelta, mientras escondía en los bolsillos de su abrigo algunas latas de caviar. –Si las descubren los policías rusos, te las quitan y el caviar se lo comen ellos–.

Pero la Momia de Lenin ya había temblado.

Dos testigos del milagro soviético vivimos. Antonio Burgos y el que escribe. Dos han fallecido. Nuestros queridísimos Pepe Oneto, el «cañaílla» de la Real Isla de León, y el que provocó el prodigio, José María Carrascal. Decidimos los cuatro visitar a la puta momia en su mausoleo de la Plaza Roja. En el exterior, 20 grados bajo cero. En el interior del antro, la calefacción a tope. Antonio Pepe y el que firma ya habíamos cumplido el recorrido cuando hizo su entrada Carrascal. La momia se hallaba en muy buen estado de conservación. Cada quince días le inyectan un conservante, y le cepillan el traje. José María se había desabrochado el abrigo y la chaqueta y lucía una de sus corbatas. Al verla, Lenin alzó la cabeza, tembló y retornó a su sueño. Manu gritó: –¡A correr, que el muy cabrito está vivo!–.

Pero no. Sucedió que la corbata de Carrascal le había producido una milagrosa reacción de espanto. Intentaré describirla. Fondo verde y azul, y faisanes y grullas de todos los colores cruzándose en sus vuelos detenidos, con reflejos carmesíes y dorados entre blancas nubes algodonosas. Y claro, ante aquella corbata, la momia tembló.

Cuando en el Hotel Metropol, tomando el aperitivo, le hicimos saber a José María Carrascal el prodigio de la efímera resurrección de la momia, Carrascal restó importancia al asunto. –No lo entiendo, porque me había puesto la corbata más discreta de las que he traído. Una corbata casi de luto–.

Fue el momento culminante del viaje.

La corbata de Carrascal asustó a la momia.

Te despido y te abrazo con el sonido abierto de tus carcajadas cuando supiste la que habías armado en el mausoleo del incorrupto por conservantes. Gracias por todo, gran José María.

El que despertó durante un segundo al sangriento fiambre.

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