El Rey, bien, pero con lo que tiene enfrente...
El discurso de Felipe VI, que defendió claramente el marco de la Constitución y la democracia, por desgracia sirve de poco con un presidente metido ya en otra cosa
Felipe VI, de 55 años, en el trono desde junio de 2014, se levanta en su residencia. Vive con su familia en el Pabellón del Príncipe, un palacete de 1.800 metros cuadrados construido a su gusto en 1999 y situado a solo un kilómetro de la Zarzuela, en el hermoso espacio natural de El Pardo.
El Rey se asea, se peina y se viste con su estilo habitual, de una elegancia sobria y clásica, esta vez con un terno azul oscuro, gabán del mismo color, bonita corbata turquesa y camisa blanca. Luego se sube con la Reina al Rolls Royce de ceremonia de las grandes ocasiones para bajar al centro de Madrid, donde pronunciará en el Parlamento su esperado discurso de apertura de la XV legislatura. La alocución llega en un momento político convulso. Muchísimos españoles esperan que sus palabras resulten un asidero de certidumbre, de esperanza en que no se va romper la casa de todos.
El Rey ha trabajado su discurso con sus colaboradores durante muchas horas. Ha sopesado cada palabra. Sabe hasta donde pude llegar y donde no puede pisar por su deber constitucional de neutralidad, aunque le pudiese apetecer. Tiene claro lo que quiere y puede hacer en esta importante jornada: defender la Constitución, la vigencia del pacto de concordia de la Transición y la igualdad entre españoles.
Y eso es lo que hace. Con claridad, sin estridencias, pero sin dejar lugar a duda alguna: «Aquel gran pacto entre los españoles que está en el origen de nuestra democracia [la Transición] no es en absoluto mirar atrás con nostalgia; sí es en cambio una orgullosa y consciente reafirmación de nuestras mejores capacidades como país y del mejor logro que ordena, en nuestros días, la vida de la sociedad española: la Constitución. Y por ello, debemos honrar su espíritu, respetarla y cumplirla».
Además, recuerda a los diputados su obligación de desempeñar sus funciones constitucionales «buscando siempre el bien común de todos los españoles» (y el Rey se cuida de remarcar suavemente en su pronunciación lo de «todos los españoles»).
El Rey está en su sitio y en su papel. El boato institucional es máximo. El baldaquino de honor cuelga a la entrada entre los leones. Hay una parada militar. Suena el himno nacional español. Las dos Cámaras se reúnen en una solemne sesión conjunta. Pero hay un problema. Un elefante debajo de la alfombra. Y es que todo ese empaque de gran país empieza a parecerse cada vez más a aquellos Pueblos Potemkin de cartón piedra, con fachada aparentemente próspera, que levantaba el astuto ministro de Catalina II para que la zarina creyese a su paso que había prosperidad donde en realidad habitaba la miseria. Al bajar al detalle de la realidad se percibe un creciente abismo entre lo que predica el Rey y lo que practican el Gobierno y su coalición autodenominada «progresista»:
-La presidenta del Congreso, la socialista mallorquina Armengol, se fuma la cortesía propia de su cargo y convierte su discurso en un mitin del PSOE.
-Bildu, ERC y BNG, socios preferentes del Gobierno de Sánchez e imprescindibles para sostenerlo en la Moncloa, se niegan a acudir al acto, porque está allí el Rey. A la misma hora en que habla Felipe VI emiten un comunicado titulado: «No tenemos Rey. Democracia, libertad y repúblicas» (nótese el plural, varios países, que habrán de nacer fruto de la partición de España).
-Por último, ese presidente del Gobierno que escucha al Rey con estudiada carita seria, de yo no he roto un plato, enviará este mismo sábado a un emisario a Ginebra para abrir una negociación España-Cataluña con Puigdemont, como si fuesen ya dos Estados. Previsiblemente la cita contará con un verificador internacional que ha elegido el prófugo, la misma entidad preferida en su día por ETA. ¿Y qué se negocia en esa mesa de Ginebra? Pues yendo al auténtico meollo de la cuestión, cómo encajar un referéndum de independencia en Cataluña que Cándido pueda colar por el cedazo del TC.
Es decir, lo que tan bien ha recordado el Rey en su discurso le resbala por completo a Sánchez, en estos momentos un presidente felón con España y su Constitución y que está ya a otra cosa: la rendición a plazos ante el separatismo a cambio de preservar su colchón en la Moncloa.
La legislatura que este miércoles abrió el Rey será la del intento de colar una consulta separatista con disfraz de legalidad y la de la salida a la calle de casi todos los sicarios de ETA, incluso los más brutales.
O las protestas de los españoles, el rigor de los jueces y un despertar de Europa frenan este despropósito. O España se asoma a un acantilado: un país de 48 millones de personas doblegado por una minoría separatista. El Rey por ahora poco más puede hacer. Y ojalá que jamás tenga que aplicarse en España el ultimísimo resorte, el que prevé la Constitución cuando consagra el jefe del Estado como símbolo de la «unidad y permanencia» de la nación y «mando supremo de las Fuerzas Armadas».
La triste realidad es que la persona que tenemos al volante no pasa el psicotécnico de lealtad a su propio país.