Con Sánchez, ni a tomar una Fanta
El PSOE ha elegido libremente su manera de suicidarse, habría hecho el pánfilo el PP si se le hubiese ocurrido hacerle la respiración boca a boca en el Congreso
Sánchez y el PSOE han abierto la mayor crisis constitucional en 45 años de democracia. Hoy los españoles ya no son iguales ante la ley y hay un ataque continuo a las instituciones, empezando por el poder judicial. El presidente del Gobierno se está deslizando por una pendiente peligrosísima, que es la derogación tácita de la Constitución Española. Además ha incurrido en corrupción política, pues ha comprado los votos para su investidura a cambio de dar impunidad judicial a quienes le apoyan. Moralmente no distingue la verdad de la mentira, le da igual hacer una cosa y su contraria. Y en Pamplona cruzó todas las líneas, al apoyar a un partido que lleva asesinos en sus filas.
Todo el durísimo alegato del párrafo anterior contra Sánchez y sus alianzas lo he plagiado. No es mío. Tampoco lo he cogido de un mitin de Vox. Son frases literales de Feijóo, pronunciadas por él en los dos últimos meses del pasado año.
Si aceptamos como certera su descripción, lo que viene a decir el líder del PP es que el presidente del Gobierno y el PSOE supone hoy una gravísima amenaza para la democracia española y el orden constitucional. Es decir: Sánchez está poniendo en riesgo nuestro sistema de derechos y libertades. Ni más ni menos.
¿Y qué debe hacer el principal partido de la oposición ante semejante amenaza? Solo cabe una respuesta razonable: debe dedicar todos sus esfuerzos políticos a intentar liberar a España de tan pernicioso mandatario. ¿Contribuiría a esa tarea sacarle las castañas del fuego a Sánchez cuando su alocada alianza con el populismo comunista y con los peores enemigos de España le pone las votaciones difíciles? Evidentemente, no.
A tenor de todo lo que Feijóo reprocha a Sánchez, el PP debe intentar dificultar por todas las vías políticas a su alcance la supervivencia parlamentaria del proyecto Frankenstein 2. Ha de trabajar para que el Gobierno quede maniatado en el Parlamento. Ha de procurar que sea rehén de sus pactos felones, hasta llegar al extremo de que el presidente se vea forzado a convocar nuevas elecciones, que es el único modo de librarse de esta pesadilla (siempre que las dos derechas dejen de darse codazos estériles y se alíen ante la emergencia mayor).
No pasan del 1 % los votantes del PP partidarios de que Génova apoye el decretazo ómnibus de Sánchez. El público de derechas no quiere fotitos con un autócrata en ciernes, ni rollito posibilista, ni apelaciones naif a un PSOE sensato, que en realidad solo existió en un brevísimo paréntesis de su historia (hablamos de un partido que en 1934 ya daba golpes contra el orden constitucional de la II República).
Si Sánchez suda tinta por haberse encamado con un socio tan atrabiliario como Puigdemont y ello complica asuntos económicos importantes, la culpa no es más que de quien ha elegido tan suicidas alianzas. Si Sánchez no puede sacar adelante políticas que considera importantes debido a que sus socios no lo respaldan, la solución la tiene fácil: llame a las urnas y pídales a los españoles los votos que necesita para poder llevar adelante sus políticas.
Supone un ejercicio de humor del absurdo fomentar «muros» contra la derecha y luego ir a pedirle a esa misma derecha que te apruebe tus decretos exprés cuando Puigdemont se te pone tontis (aunque al final el fugitivo probablemente acabará pasando por el aro, pues todo indica que el PSOE buscará una manera de hacer posible la surrealista exigencia de Junts de que se multe a las empresas que se han largado de Cataluña por su irrespirable clima político).
A Sánchez hay que echarlo, por el bien de España. No se puede ir con él ni a tomar una Fanta.