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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Elogio a Puigdemont

La coherencia para hacer el mal del prófugo contrasta con la indecencia para asumirlo del presidente Sánchez

Actualizada 01:30

1.529 días después de que Pedro Sánchez se comprometiera en público a poner a Puigdemont ante la Justicia española; Puigdemont le ha puesto a él de rodillas ante toda España, con una maniobra de sumisión dirigida a 1.564 kilómetros, los que separan a Madrid de Waterloo.

Da igual que salieran o no adelante los decretos, como lo da su contenido, sus plazos y sus efectos: a estas alturas nos hemos acostumbrado ya a la certeza de que, sea lo que sea, todos nos perjudicará.

Lo sustantivo es que España es gobernada desde Bélgica por un señor que hace seis años tuvo que huir y hoy mantiene secuestrado a su teórico captor.

Es imposible no sentir una cierta admiración por Puigdemont, cuyos ideales hay que combatir por tierra, mar o aire sin dejar de reconocer su coherencia: quiere que Cataluña se independice y, para lograrlo, está dispuesto a lo que haga falta excepto, de momento, al derramamiento de sangre.

Es la antítesis de Sánchez, que carece de ideales y solo tiene expectativas, a las que acomoda los principios. Un día puede firmar un 155, anunciar un nuevo delito por celebración de referendos ilegales o comportarse como un cazarrecompensas a punto de detener al prófugo.

Y al siguiente, desmontar el Código Penal, borrar los antecedentes penales de los delincuentes, aceptar que Cataluña sea como Quebec, el Ulster o Escocia y marcharse a la guarida del huido a llevarle la cena y darle un masaje tailandés.

La maldad de Puigdemont es previsible y tiene una lógica perversa que no esconde ni los fines ni los medios y, por ello, permite una cierta pelea limpia que siempre perderá: no puede ganar porque no tiene razón y es pequeño al lado de España, pero al menos lucha de frente y revela sus objetivos.

La de Sánchez es burda, inestable, caprichosa y por todo ello más peligrosa: puede fundar un Ministerio de la Infancia y tratar luego a los niños como Herodes; como puede disfrazarse de Simon Wiesenthal para presumir de buscar nazis por el mundo y luego ayudar a Mengele a esconderse en Argentina.

La visualización de tanto chantaje tiene en España un efecto opuesto al esperable, que es solidaridad con la víctima y repudio a su agresor. Aquí el elogio es para el chantajista, que cumple su función de manera impecable: es un independentista convencido de que su misión es noble y no renuncia a ella por apaños y beneficios de medio pelo.

Y ofrece una lección impagable y un retrato del siniestro personaje que nos gobierna. Porque bastaría con que Sánchez quisiera a España como Puigdemont quiere a su Cataluña. Todo quedaría al momento en su sitio. Uno en la cárcel y otro en su palacio. Ahora es imposible ya saber cuál de los dos merece más el primer destino.

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