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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Las vacaciones de Pedro Sánchez

Usted puede ir en patinete y descansar en una pensión, que no se bajará del Falcon ni saldrá de un palacio

Actualizada 01:30

Seguramente Pedro Sánchez no sabe quién fue Epicuro, aunque pueda escribir su biografía en cualquier momento con Irene Lozano de escriba, pero practica como nadie su filosofía hedonista. Ya eran célebres sus ganas de vivir cuando, en plena crisis interna del PSOE provocada por él mismo, agarraba a Begoña y se marchaba a la playa, a la montaña, a Nueva York o todo lo vez, con el petate lleno de resiliencia, que es como llama el sanchismo a la ausencia de escrúpulos y el exceso de codicia.

Esa tendencia natural a la hamaca se agudizó nada más llegar a la Moncloa, con aquel viaje iniciático a Benicarló, con el Falcon reluciente, a disfrutar con su esposa de un concierto de The Killers, un nombre inmejorable para el caso, salvo que el recital fuera de «Odio visceral» o «Vómito», biógrafos sonoros del socialismo punki del personaje.

Ahora sabemos gracias al departamento de investigación de El Debate que, sin contar el verano ni las Navidades del año vencido ni otras fiestas de guardar, Su Pedridad se ha metido 88 días de vacaciones en trece periodos distintos y en tres palacios o quintas variables, todo ello con uno gasto conjunto que se esconde y con unas probables compañías de las que tampoco da cuentas.

Habrá quien piense que todo ello es razonable y que un presidente tiene derecho al descanso, que lo tiene, y no deja de ser presidente nunca, lo que justifica el despliegue de recursos públicos a su disposición para disfrutar, un poco, de algo parecido a una vida privada.

Pero es el propio Sánchez el que le lleva la contraria a ese razonamiento, al presumir de las únicas vacaciones conocidas abonadas por él mismo, las muy polémicas en Marruecos del pasado mes de agosto; y al incluir en el Código Ético del PSOE la obligación de rendir cuentas públicas de todos sus gastos, con especial hincapié a los referidos a los viajes y desplazamientos.

No se puede apelar a la probidad y la transparencia para justificar en su día hasta una moción de censura, o exigírsela hasta a la Casa Real desde un altar de supuesta superioridad moral; y luego servirse de palacios, aviones, helicópteros y coches de alta gama para hacer lo que le dé la gana a uno apelando al testicular artículo 33.

Ángela Merkel veraneaba desde los años 70 en las Islas Canarias, y allí siguió acudiendo cada verano desde la cancillería, pagándose de su bolsillo la estancia e incluso enviando a su marido en un vuelo ordinario para no servirse de la flota institucional alemana. Giorgia Meloni, recién elegida, se marchó de veraneo a una finca rural ajena al patrimonio italiano. Y en general en toda Europa, y Estados Unidos, se gestiona el asueto presidencial con bastante más austeridad que en España, compartiendo con el erario el coste del legítimo descanso.

Con Sánchez todo es faraónico, y sus múltiples excesos aerotransportados, sancionados por el Consejo de Transparencia y hasta la Audiencia Nacional, demuestran la anomalía de su comportamiento.

Nadie le quita su derecho al descanso, a la vida privada, a la reunión familiar e incluso al ocio con los amigos. Pero hacerlo con esa mezcla de dispendio, oropeles, ocultación y desprecio por los compromisos previos arruina el alegato defensivo y sitúa los hechos en su contexto real: el mismo sujeto que defiende casi el patinete frente al coche para salvarnos del cambio climático fleta aviones para viajes a la vuelta de la esquina y utiliza suntuosos palacios mientras exige al Rey ejemplaridad.

Nada extraño en un dirigente político que puso de ejemplo, en su primera investidura, el caso de un alemán destituido por engordar su currículo mientras él, sin pudor alguno, plagiaba su tesis doctoral. Lo peor de Sánchez no es que sea un mal ejemplo; es que además se atribuya la capacidad de impartir lecciones magistrales al resto de la impía humanidad.

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