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Perro come perroAntonio R. Naranjo

El vestido de Pedroche

A las azafatas despedidas de las pruebas deportivas les faltó enseñar voluntariamente sus tesoros en nombre de Greta Thunberg

Actualizada 01:30

Cristina Pedroche se personó en las campanadas vestida de «ninfa fluvial», con un atuendo inspirado por Greenpeace para concienciar al respetable sobre la necesidad de cuidar las reservas hídricas, y tal vez lo logró: no hubo espectador que no estuviera pendiente de si se le veía Doñana por debajo o las Tablas de Daimiel por arriba, dada la escasez de despliegue textil, acorde con la dramática merma de los recursos líquidos.

Así ya es todo en España: te muestran a una dama semidesnuda y cosificada, según el baremo esgrimido para quitarles su trabajo a las azafatas de Motos GP, pero te tienes que creer que, en este caso y solo en éste, se está peleando duramente por salvar el planeta.

O por la igualdad entre hombres y mujeres, si en este caso la portavoz de la cruzada es Jenni Hermoso, presentadora del mismo evento en la cadena pública, la de todos, todas y todes.

Nada que objetar ni a una ni a otra, ni a ninguna de las cadenas que optó por una fórmula parecida de tipo disfrazado de James Bond de saldo y tipa de chica Bond de mejor añada: si los protagonistas de la escena lo hacen voluntariamente a cambio de un dinero para ellos razonable, no hay alegato posible en contra de ese elemental ejercicio de libertad.

La cuestión es que no lo hay nunca: ni cuando las jóvenes azafatas iban a Jerez a entregarle flores a los campeones de la carrera de turno ni cuando los enanos se disfrazaban de torero para animar las fiestas patronales por media España.

Y si lo hay, lo hay siempre, por mucho que al traje de río Duero escaso de agua se le incorporen justificaciones políticas para empoderar un poco la exhibición de trigémino, que de eso se trataba: antes se le salía sin querer un seno a Sabrina y toda España se acostaba al alba para disfrutar del incidente; ahora se muestra a primera hora envuelto en una oda a Greta Thunberg o a Rosa Parks, pero el objetivo es el mismo.

En estas anécdotas aparentemente menores se resume, sin embargo, una parte sustantiva de la guerra cultural del momento, que solo tiene una regla: todo está bien o todo está mal, aunque los hechos sean los mismos, en función de quién lo haga, a qué apele, cómo lo describa y a qué causa política defienda.

Pedroche sería otra joven descarriada, necesitada de que la salven de sí misma por quienes renuevan el concepto de paternalismo alegando que luchan contra él, si en vez de disfrazarse de regato patrocinado por Ecologistas en Acción, Sumar o Pedro Sánchez en persona lo hiciera en defensa de la ganadería española y de sus alicaídos chuletones, aunque en realidad nadie podría discutir la coherencia entre el mensaje cárnico y la exhibición de carne.

Todo el mundo vende una parte de su cuerpo y de su alma, algunos a mejor precio que otros, y ésa es la moraleja final: siempre está bien si no hay imposiciones, no daña a un tercero ni a sí mismo y la cuenta le resulta rentable.

Pedroche se empodera en directo y Jenni o Mena también, claro, pero que no le digan luego al resto que en sus casos es una guarrada y que allí va a ir la Policía Puritana del Régimen a poner orden por el sorprendente método de mandarlas al paro. Aquí todas pueden enseñar el río si les sale de los meandros.

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