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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Tururú

A Yoli Díaz, la de las bolitas en la playa, le gustaría que los españoles nos vistiéramos en una especie de «Almacenes Gum» de la Plaza Roja de Moscú en tiempos del comunismo

Actualizada 01:30

El conglomerado Sumar siempre se ocupa de lo más importante. Y se ha manifestado en contra del excesivo gasto en ropa por parte de los españoles. Ha denunciado que el gran consumo de productos textiles tienen un enorme impacto negativo en nuestra economía familiar. Es decir, que Sumar ha decidido tocarnos las narices a Yolanda Díaz y a mí.

No se había conocido en España a ministra alguna que luciera más modelos diferentes que Yolanda Díaz. Cada día, un modelito distinto, y en algunas jornadas, doblete. Y es recomendable recordar a Sumar que el derroche textil – normalmente horroroso– de su eximia dirigente también afecta a la economía en general y a la familiar en particular. Son millones las familias españolas que, mediante sus impuestos, le compran a la chica de Fene toda la ropa que exhibe a cuenta de su papo. Yves Saint Laurent, famoso modista francés, era muy crítico al respecto con sus diseños. «Si mis vestidos no realzan la belleza de una mujer, o mis vestidos están mal hechos, o la que está mal hecha es la mujer». Se cuenta de una multimillonaria española que acudió en socorro de Balenciaga para que la vistiera con motivo de la boda de su única hija. Balenciaga era un hombre correctísimo, además de un excepcional diseñador de moda femenina. Pero por encima de la corrección y el diseño, era sincero. «Lo siento, señora. Soy un humilde modista y no puedo hacer milagros». En el fondo, lo que Sumar pretende es fastidiar a Inditex. Yolanda Díaz es muy envidiosa. Y no sólo le hiere y corroe el ánimo el triunfo internacional de Amancio Ortega y su inconmensurable fortuna, nacida de una camioneta de reparto.

Es decir, nacida del trabajo, detalle que todo buen comunista rechaza. Le hiere aún más que, traspasado el poder ejecutivo de la empresa gallega de padre a hija, los resultados de la gestión de Marta Ortega han superado en beneficios a la de su padre, el fundador del imperio. Los comunistas son muy envidiosos. De no serlo, no militarían en el comunismo.

Pero me preocupa que esa denuncia del gran consumo textil también puede perjudicarme a mí, Mi Persona. Con anterioridad a escribir el primer renglón del presente texto, he cumplido con paciencia un deber de coherencia. Contar mis corbatas. Y la suma final me ha llevado a las puertas del escándalo. Poseo 362 corbatas, divididas fundamentalmente en cuatro grupos. Corbatas de lunares –topos– escocesas, lisas, y de campo. También guardo corbatas militares y algunas, feísimas, que me han regalado, y conservo precisamente para ensalzar la belleza, a primer golpe de vista, de la mayoría de ellas. En las «Burlington Arcade» de Londres, eligiendo corbatas, el dependiente me dijo algo que jamás podré olvidar.

«Su gusto está sometido a la elección de la belleza». Gran dependiente al que deseo una larga vida.

Me distingo de Yolanda Díaz en una realidad incuestionable. Mis corbatas me las pago yo. Y los vestidos horrorosos de Yolanda Díaz también se los pago yo como contribuyente víctima del atraco a mano armada de la Agencia Tributaria. De tal modo que se me antoja injusta la situación. Abonaría con gusto la parte que me corresponde del vestuario de Yolanda Díaz si me permitieran elegir sus vestidos con la misma libertad que mis corbatas. Pero no. Los vestidos de Yoli los eligen ella y sus asesoras de imagen, a las que presento mis respetos por su agobiante quehacer. Pero está claro que incumplo con mi deber socioecónomico familiar. A Yoli le encantaría que Inditex desapareciera, y las camiserías con corbatas acertadas se vieran obligadas a cerrar sus comercios. A Yoli Díaz, la de las bolitas en la playa, le gustaría que los españoles nos vistiéramos en una especie de «Almacenes Gum» de la Plaza Roja de Moscú en tiempos del comunismo. Un traje de Plan Quinquenal igual para todos, un vestido también de Plan Quinquenal para todas, una corbata de Komsomol, calcetines cortos y zapatos de rejilla modelo Lenin. Y ella, viajando a París y Roma para intentar simular sus desbordamientos carnales con diseños de los mejores modistas. Lo que se llama el comunismo textil.

Pues tururú. Se me antojó días atrás una corbata de cashmere color Rioja con faisanes iniciando el vuelo. Y a por ella voy. Hará el número 363 en mi colección. Lo repito: tururú.

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