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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Abuelo, ven en tren

El señor Ubarrechena siguió durmiendo, cada noche, vía hacia Madrid, vía hacia San Sebastián, en el vagón climatizado del coche-cama

Actualizada 08:32

Eugenio Antonio Egoscozábal Ubarrechena fue de los grandes amigos de mi juventud. También del fantástico ilustrador de este texto. Un avanzado de los tiempos. Se adelantó tanto que falleció apenas cumplidos los 30 años. Hijo único y donostiarra puro y duro. Seco en los hablares y con un corazón que no le cabía en su enorme corpachón de vasco antiguo. Ilustrado. Compañero de colegio, donde ya leía a Voltaire, Rousseau, Dalambert y Diderot. Muy afrancesado de gustos. Tenía un loro chivato que despertaba a sus padres cuando llegaba a su casa de Miraconcha con más copas de las permitidas. Gran sentido del humor, y nieto del abuelo Ubarrechena, el mayor accionista de la Unión Cerrajera de Mondragón.

El abuelo sólo podía dormir en el tren. Viajaba todos los días en coche-cama, vagón climatizado, de San Sebastián a Madrid y de Madrid a San Sebastián. Podía permitirse el lujo, como el de tener reservada permanentemente una «suite» en el Hotel Ritz, donde se hospedaba, por su costumbre ferroviaria, la mitad de los días del año. Su hija, la madre de Eugenio Antonio, se enfadaba mucho cada vez que calculaba la inversión irrecuperable de su padre en beneficio de la RENFE. «Aitá, tenemos que buscar una solución que te permita dormir sin que tengas que gastar millones de pesetas para que descanses». «El dinero es mío, y hago con mi dinero lo que me salga de las narices. Por mucho que gaste en trenes, te voy a dejar una herencia más que 'gosha' (agradable)».

Ilustración Barca

Barca

No obstante, la madre de Eugenio Antonio, insistió en su oposición. Y supo de un fabricante de camas de Frankfurt, Aughentaller Bloknik, que era un manitas. Del mismo modo que los almacenes Harrods de Londres presumían de que no había nada en el mundo que no se pudiera adquirir en Harrods, Franz Aughentaller-Bloknik se vanagloriaba de ser capaz de construir las camas más extravagantes. Respecto a Harrods un ejemplo. Un millonario panameño se decidió a retar a los grandes almacenes londinenses. En un viaje de negocios a la capital del Imperio británico, entró en Harrods, acudió al departamento de Información y se estableció entre el millonario y un empleado muy bien educado el siguiente diálogo.

–Buenos días.
–Buenos días, señor.
–Le agradecería que me indicara en qué departamento puedo adquirir un rinoceronte blanco vivo.
–Quinta planta, señor. Pregunte por Mr. Halifax.
Y ya en la quinta planta.
–¿El señor Halifax?.
–Soy yo, señor. Dígame.
–Deseo un rinoceronte blanco vivo. Y grande, adulto. Se lo pago y me lo envían a mi hotel.
–El problema es que, en estos momentos, no tenemos ninguno en nuestros almacenes. El último se lo llevaron anteayer. Pero si es tan amable, me firma la petición y se lo mandamos a su casa. ¿Su nombre y señas, por favor?
Mejor a mi oficina. Fernando Cifuentes Nogueroles, Banco Anglo-Panameño, Avenida de Colón 15, Panamá.
–Son 403.000 libras, portes incluidos. ¿Al contado o con tarjeta?

Y a los quince días le llegó a Panamá el rinoceronte vivo. Y grande y adulto.

De mismo modo se presentó la madre de Eugenio Antonio ante Aughentaller-Bloknik. Con un intérprete le explicó sus penas.

–¿Sería usted capaz de construir una cama con movimiento de tren?
–Nada más sencillo, señora.

Y un mes más tarde, llegó la cama ferroviaria a San Sebastián.

El abuelo la probó aquella noche.

No pegó un ojo.

–Esa cama, esa chapuza, no sirve para nada. El inútil que la ha fabricado le ha incorporado un motor con movimiento de tren alemán. Y a mí, lo que me adormece y me descansa es entrar en agujas en Miranda de Ebro, o Venta de Baños o Medina del Campo. Ya podéis tirarla a la basura.

El señor Ubarrechena siguió durmiendo, cada noche, vía hacia Madrid, vía hacia San Sebastián, en el vagón climatizado del coche-cama.

Para facilitar las cosas, aprovechó que se hallaba en una jornada que le tocó San Sebastián, para fallecer en su ciudad querida. Eugenio Antonio y sus amigos lo celebramos con alegría. No el fallecimiento de su abuelo, sino el montante de la herencia. Y nos convidó a su grupo a Juanito Kojúa donde se ofrecía el mejor changurro de San Sebastián y alrededores.

Llegado a casa, a muy altas horas de la madrugada, decidió celebrarlo con su loro gris, el chivato. Emborrachó al loro, que ya no estaba para muchos trotes y menos para melopeas, y el loro expiró.

Lo siento, pero expiró. Le sentaron mal los whiskys. Y cuarenta años más tarde no puedo cambiar el final del suceso.

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