Los socialistas toman la medida a Sánchez
Sánchez puede despreciar a una amplia parte del electorado diciendo que él no miente, que él simplemente cambia de opinión. Pero no puede decir eso a sus interlocutores alemanes, franceses, italianos o polacos porque la gente, a esos niveles, no se toma bien que le llames imbécil. Ayer fue un día importante
Aunque pueda parecer a algunos ciudadanos que lo que sucede en las instituciones europeas tiene escasa o ninguna relevancia, lo cierto es que días como el de ayer son muy sustanciosos para cómo se va a desarrollar el futuro inmediato de nuestra historia.
El gran vuelco al proceso contra el procés se produjo tan pronto como reapareció el nombre de Vladimir Putin y su entorno de inteligencia. Sánchez y quienes le reodean juegan con el autócrata ruso como quien tiene un comodín. Un día acusa a la independentista catalana y aliada circunstancial Miriam Nogueras de haber tenido conexiones rusas muy peligrosas y otro día intenta encubrir a Carles Puigdemont cuando en el pleno del parlamento europeo se vota una denuncia de la injerencia rusa en el procés en 2017. Y cuando se somete a votación una enmienda en la que se menciona en ese contexto a Carles Puigdemont, los diputados del PSOE en la eurocámara rompen con el resto de los miembros del PSE y votan en contra de la aprobación. No obstante, se aprobó.
Habrá quien crea que esto es una anécdota. No se equivoquen. No lo es en absoluto. Si hay un país y un partido en Europa que tienen clara la toxicidad política de Vladimir Putin, ése es el SPD alemán, el otro gran país europeo en el que gobiernan los socialistas. Estoy deseando ver una conversación entre Olaf Scholz y Pedro Sánchez en la que el germano, que manda sobre una nación de casi 85 millones de ciudadanos, le pida cuentas a Sánchez sobre este deseo de encubrir los actos del prófugo de Waterloo.
Hasta ahora Sánchez ha conseguido vender en Europa una imagen de ser un político al que aclaman las masas, de ser adorado por el pueblo. Él ha contado a sus pares que no tiene una oposición relevante y que la poca que tiene es de extrema derecha y que su mérito es haber puesto con éxito un muro a ese radicalismo. En estos tiempos de mensajes simplísimos, el suyo triunfó durante una temporada. Pero cada vez se impone menos. Von Der layen ya ha visto que los sondeos del CIS con los que Sánchez le explicaba hace un año que todo lo que decían los medios de comunicación no afines era mentira, eran bastante más inciertos que lo que decían los sondeos de opinión privados. Quizá los institutos demoscópicos no acertaron en las cifras finales, pero es que Sánchez llegó a presentar un estudio en el que se sostenía que el partido más votado sería el PSOE. Jamás lo fue y él también dijo que no gobernaría con los radicales que le apoyan ahora. Y sus interlocutores no lo olvidan. Le tienen tomada la matrícula.
Sánchez puede despreciar a una amplia parte del electorado diciendo que él no miente, que él simplemente cambia de opinión. Pero no puede decir eso a sus interlocutores alemanes, franceses, italianos o polacos porque la gente, a esos niveles, no se toma bien que le llames imbécil. Ayer fue un día importante.