En un refugio de inmenso placer
Paseando por TEFAF yo tenía en la cabeza ARCO, feria a la que he asistido tantas veces y este año se celebra en paralelo. Y comprendía, una vez más, que no les llegamos ni a la suela del zapato
Por una muy generosa invitación de un estimadísimo colega, mi mujer y yo estuvimos huidos del ruido de la ley de amnistía el pasado jueves. Confieso mi pecado: le presté la atención imprescindible para poder escribir mi columna del viernes sobre la materia. Pero dediqué el día a una de las experiencias estéticas más impactantes de mi vida, que creo que nunca podré olvidar. Y haré lo imposible por repetir. Fuimos a la feria de Maastricht de The European Fine Art Foundation (TEFAF), la feria de arte más espectacular del mundo.
Pasear por esa feria antes de que abra sus puertas, ver a los grandes pintores españoles, desde Goya a Alonso Cano pasando por Dalí, disponibles en galerías que no sólo son españolas, ver a la venta obras como El pensador de Rodin, un estand dedicado casi íntegramente a obras de Carl Fabergé, un retrato de un hombre de medio cuerpo de Frans Hals, o un cuadro de Kandinsky, Murnau con Iglesia, es una experiencia estética inigualable.
Pasar por los diferentes expositores es un indescriptible placer que sólo puede ser sentido rodeado de sus piezas. Permítanme una confesión: tengo una larga pasión por Venecia y una amplia colección de imágenes de un lugar en concreto en la ciudad de los dogos: La Salute y la Punta della Dogana da Mar. Es una obsesión que tengo desde hace más de treinta años. Empezó con una postal que compré la primera vez que visité la ciudad con mis padres y mis hermanos en 1981. En mis incontables viajes desde entonces he ido comprando múltiples cuadros –con frecuencia acuarelas que adquieres de artistas callejeros– pero también óleos o simplemente robando la carta de un restaurante que está ilustrada con esa visión de La Salute. Y desde hace muchos años estoy prendido de la obra de un artista poco conocido en España, pero que es el antecesor de Canaletto: Caspar van Wittel, un holandés más conocido por su apodo italiano Vanvitelli. Y en esas coincidencias que sólo pueden darse en Maastricht, encuentro en una galería un cuadro maravilloso de La Salute y la punta del Dorsoduro… ¡pintado por Vanvitelli! La emoción era difícilmente descriptible, aunque se atemperó muchísimo cuando el marchante me citó como precio el de 1,6 millones de euros. Va a ser que no.
Paseando por TEFAF yo tenía en la cabeza ARCO, feria a la que he asistido tantas veces y este año se celebra en paralelo. Y comprendía, una vez más, que no les llegamos ni a la suela del zapato. Mientras en Maastricht se hace una exaltación de la belleza por medio de la pintura, la escultura y las artes decorativas de todas las épocas y culturas, en ARCO nos dedicamos a denunciar el arte colonial, que no debió de ser una forma de dar progreso a los pueblos entre los que se desarrolló, y a hacer una exaltación del feminismo coincidiendo con el día internacional de la mujer. Ese día se conmemoraba igualmente en Holanda, pero allí nadie le dedicó un acto en TEFAF.
Otrosí: en esta visita de 48 horas a Holanda, un país que ha dado un claro giro político a la derecha, me ha llamado la atención cenar en dos restaurantes y hospedarnos en un modesto hotel céntrico, con seis habitaciones repartidas en tres pisos, sin ascensor, y prácticamente no ver ni un camarero o recepcionista que no tuviera características raciales propias de un holandés con incontables generaciones locales tras él. En el restaurante Beluga loves you, una estrella Michelin, lleno hasta la bandera y unos treinta camareros, apenas atisbé uno con rasgos orientales. Lo que estoy contando es un simple dato objetivo. ¿Cuántos establecimientos hosteleros aguantarían en España sin mano de obra inmigrante?