Todo limpio y culto
Bautizar un cóctel como «Mandela Zulú» es igual que hacerlo como «Putin Zelenski», por muy bien que limpie los cubiertos el tabernero
Vuelvo al pájaro. He contemplado –lo suyo es la contemplación– unas imágenes deliciosas. Con un jersey oscuro en cuya zona pectoral luce la muy fea bandera republicana –su combinación cromática se muerde y abofetea a sí misma– el tabernero Iglesias limpia los cubiertos de su nuevo bar-restaurante. Lo hace bien. Y el ingenio popular le ayuda a encontrar razones sociales más acertadas que «Taberna Garibaldi». Me ha sorprendido la denominación de su nuevo cóctel, el «Mandela zulú». Una inocente bondad rebosada de desconocimiento. Le regalo esta vivencia.
Con anterioridad a la transición sudafricana, un grupo de periodistas y escritores fuimos invitados a visitar la República Sudafricana.
El jefe del Estado, el Adolfo Suárez sudafricano, era Frederik de Klerk, un «afrikaaner» de ascendencia holandesa que nos recibió en Ciudad del Cabo y nos regaló dos horas de su ajetreada vida. En el grupo estaban Luis Del Olmo, Antonio Burgos, José Oneto, Manu Leguineche, Miguel Ángel Gozalo, Jesús Cacho, Jacinto Hombravella, y Emilio Contreras, entre otros. Previamente habíamos visitado a los dirigentes del partido de Nelson Mandela, que ya se veían en el poder. También nos recibió el carota de Desmond Tutu –que en paz descanse– y en su palacio de Ulundi, Mangosothu Butelhezi, el príncipe zulú. Educado y formado en Inglaterra, culto y preciso. Iba vestido con un traje gris perla, una camisa gris perla, la corbata gris perla, los calcetines grises perla y los zapatos grises perla. Antonio Burgos me lo cuchicheó mientras nos hacíamos la foto de rigor. «En España no se atreve a ir vestido de esta manera ni Porrinas de Badajoz».
Butelhezi nos reunió en un gran salón de juntas con una enorme mesa redonda. «Ustedes, los europeos, no tienen ni idea de lo que sucede aquí. Cuando llegaron los portugueses, que fueron los primeros, al cabo de Buena Esperanza, en busca de la ruta de la seda, se encontraron con una pequeña colonia de bosquimanos. Desde ahí hasta Zululandia, hoy provincia de Natal, no había ni un solo ser humano. Y los ingleses y holandeses colonizaron esas inmensas tierras deshabitadas. Los ingleses con mejor educación que los holandeses. Y descubrieron las minas de oro y diamantes, los pastos interminables… Y un día, los ingleses llegaron hasta Zululandia, y en este valle donde estamos ahora, los zulú les vencimos en dos ocasiones. Y dejaron de molestarnos. Pero unos y otros se habían traído esclavos negros para explotar sus minas, y esos esclavos negros, los «hoshas», que no eran de aquí, se multiplicaron por mil. Pero ustedes no saben que excepto Zululandia, Sudáfrica es una nación de blancos. Y ahora, los descendientes de esos esclavos, nos quieren gobernar a los blancos y a los zulú. Y no lo vamos a consentir. Mandela es «hosha», y los suyos también. Y si pretenden entrar en Natal, les vamos a expulsar como hicimos con los ingleses. Un zulú prefiere tener a su lado a un blanco, por cruel que haya sido, que a un «hosha».
Y la verdad, es que aquello nos sorprendió.
De ahí que bautizar un cóctel como «Mandela Zulú» es igual que hacerlo como «Putin Zelenski», por muy bien que limpie los cubiertos el tabernero.
El ingenio popular y libre ha recomendado al tabernero de Vallecas afincado en Galapagar nuevos nombres para su desagradable local. Unidas Comemos, Chef Guevara, La Tacasta, Venecazuela, la Gastronaria, Fidel Gastro, GalapaBAR, Rataurante, No Pacharán, Burger King-Jon-Un, SUBAR, Máster Ché, La gulag del Norte, y en memoria de Carrillo, el gran ídolo del tabernero por su eficacia en la exterminación de «fascistas» –casi 30 niños entre ellos–, Bar Acuellos del Jarama. Creo que son razones sociales más acertadas que «Taberna Garibaldi», porque me temo que, en cuestiones de Garibaldi, el limpiador de cubiertos está tan pez o más, que con la relación entre Mandela y los zulú.
También le recomiendan que suprima la indicación de género en los cuartos de baño y lavabos. Simplemente con la indicación «Refrescos», basta y sobra.
Nos vamos a divertir con ese tabernero.