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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Permiso

Begoña Gómez es, simplemente, la mujer del presidente del Gobierno. Puede influir en el cambio de cortinas y tapicerías de la Moncloa, en el orden interior, en la organización doméstica y en el funcionamiento de su servicio, pero nada más

Actualizada 01:30

Leo en diferentes medios que la Guardia Civil aguarda la autorización para investigar los tejemanejes de Begoña Gómez. La espera promete ser larga y sin fruto. Begoña Gómez no está aforada. En España, la mujer del presidente del Gobierno, y si se diera el caso, el marido de la presidente, carecen de privilegios. Begoña Gómez no es más, ni menos, que Amparo Illana, Pilar Ibáñez-Martín, Carmen Romero, Ana Botella, Sonsoles Espinosa o Elvira Fernández Balboa. Dos de ellas hicieron pinitos en la política. Carmen Romero se presentó en unas elecciones generales y consiguió su escaño por Cádiz, y Ana Botella lo hizo en las municipales, y obtuvo su acta de concejal en el Ayuntamiento de Madrid. Alberto Ruiz-Gallardón la designó vicealcaldesa, y tras la dimisión del alcalde, Ana Botella se convirtió en la primera alcaldesa de la capital del Reino. Previamente, una y otra se sometieron al veredicto de las urnas.

Pero Begoña Gómez es, simplemente, la mujer del presidente del Gobierno. Puede influir en el cambio de cortinas y tapicerías de la Moncloa, en el orden interior, en la organización doméstica y en el funcionamiento de su servicio, pero nada más. Si se diera el caso de que el presidente, su marido, decidiera adquirir un perro de compañía –o un gato, o un papagayo, o un cerdito vietnamita–, está constitucionalmente autorizada a elegir la raza del perro o el gato, el plumaje del papagayo o el ejemplar más gracioso de cerdito del Vietnam. Ahí terminan sus privilegios oficiales. Por supuesto, como esposa del presidente, está autorizada a acompañarle en sus viajes oficiales y recibir las atenciones protocolarias al uso de la diplomacia. Pero no entran en sus competencias el uso de los aviones oficiales si el presidente no viaja con ella, ni el abuso de sus desplazamientos aéreos en compañía de sus familiares y amigos a su libre elección y capricho. Y claro está, no puede intervenir en negocios, influencias mercantiles ni acuerdos empresariales desde su condición de esposa del presidente. Sus contactos con Air Europa y su contratación como directora de una cosa inventada para ella como el Africa Center del Instituto de Empresa, son suficientes motivos para poner en duda su sentido de la ejemplaridad. Más aún, si sus gestiones presentan un saldo tan positivo e inmediato.

Si la Guardia Civil no obtiene el permiso para investigar a quién está en boca de todos, la Guardia Civil podría iniciar esa investigación preguntando a los empresarios que confiaron en ella para abrir muros y horizontes de negocio. Don Javier Hidalgo podría aportar informaciones necesarias y precisas. Y también los altos representantes del Instituto de Empresa y el Africa Center, que mucho me temo haya reducido el espacio de sus negocios a un solo país, pasando a ser denominada la sociedad como «Morocco Center». Entre unos y otros aportarían a la Guardia Civil informaciones más precisas que las emergidas de los chismes y los avances periodísticos incompletos. Y si, con posterioridad a esas investigaciones, se deduce que ha abusado de su condición de 'mujer de' para influir en negocios no del todo cristalinos –y aunque fueran cristalinos, que a ella por su condición le están vedados y vetados–, el permiso sobra. En tal caso, sus nieblas tendrían que ser disueltas por la acción de la Justicia, que es el terror de Sánchez. Y lo entiendo, aunque no me mueva ni un centímetro hacia los espacios del consuelo.

En esta tarea muchos vamos a caer. Merecerá la pena nuestra caída si con ello España recupera, aunque lenta y parsimoniosamente, el lejano horizonte de la decencia perdida.

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