Los saltitos
Cuando la manifestación se reúne en Cibeles, sus saltos, brincos y casi voltirinetas, superan con escándalo a los escorcitos de sus compañeras de pancarta, incluyendo a Marlasca, siempre discreto en segunda fila, y poco dado al esfuerzo de sus pantorrillas
He intentado averiguar entre mis conocidas femirrojas la relación existente entre la reivindicación feminista y el deporte de dar saltitos que practican las portadoras de la pancarta principal. Entre ellas destaca Begoña Gómez, que salta, brinca, bota, retoza y procede a ejecutar cabriolas con más desparpajo que el resto de sus compañeras. Ella sabrá el motivo de tanta alegría. A la pobre Cristina Almeida jamás la ubican en la cabecera de las manifestaciones del feminismo profesional, porque la prestigiosa letrada laboralista, como consecuencia del hambre que pasó durante el franquismo, carece de la fuerza pantorrillera que se precisa para elevarse una y otra vez mientras se corean las majaderías de siempre. Lo contrario que Yolanda Díaz, que ha demostrado estar en forma. Los esfuerzos físicos que protagonizó limpiando las playas de Galicia de pélets, fortalecieron sus jambas, embridaron sus músculos saltadores, y consiguió que los fotógrafos inmortalizaran sus brincos vestida de Caperucita Lila. Se podrá estar de acuerdo o no con las exigencias del feminismo que no ha condenado los asesinatos y torturas de los terroristas de Hamás contra las mujeres de Israel, pero nadie está capacitado moralmente para poner en duda sus dominios en las cabriolas, los volatines, las piruetas y retozos verticales de nuestras saltimbanquis. A pesar de los minutos de mi vida que invertí en advertir la presencia de cada una de las jóvenes saltadoras, no pude reconocer a Carmen Calvo, que el pasado año al aterrizar en el suelo después de un saltito de tres centímetros, fue duramente maltratada por un esguince de tobillo y aún se está recuperando. Pero me apasionó la agilidad, la desenvoltura y la felicidad contagiosa de Begoña Gómez, la más brincona de todas ellas. Se deduce, viéndola saltar, que le van muy bien las cosas, tanto en España como fuera de España, porque se trata de una empresaria internacional. Claro, que no todas las dirigentes políticas del feminismo de izquierdas puede entrenarse sobre las blancas arenas de Punta Cana.
La arena caribeña, en las horas de sol radiante, quema las plantas de los pies. Se recomienda que los saltitos de entrenamiento se efectúen con somero calzado deportivo. Y en tandas de diez saltitos como tope, con el fin de proceder a un descanso, o a un chapuzón en la orilla, para proseguir los entrenamientos. Los malpensados, los adversarios del progreso, los críticos con la amnistía a más de mil forajidos del nordeste español, desean saber el motivo de los numerosos vuelos de aviones oficiales a la República Dominicana. El Gobierno no ha aceptado los requerimientos. Y al fin, sin medios ni influencias por mi parte, he sabido la causa de tanto ajetreo a través de las nubes. Doña Begoña, cuando se acerca el día de la magna concentración feminista, viaja cada quince días a Santo Domingo con la exclusiva finalidad de entrenarse en las playas dominicanas para ofrecer, en Madrid, lo mejor de su agilidad saltarina. Y cuando la manifestación se reúne en Cibeles, sus saltos, brincos y casi voltirinetas, superan con escándalo a los escorcitos de sus compañeras de pancarta, incluyendo a Marlasca, siempre discreto en segunda fila, y poco dado al esfuerzo de sus pantorrillas. Lo que queda claro de este asunto, es que sin saltitos nadie se toma en serio sus reivindicaciones. Y que los entrenamientos, aunque molestos en un principio, consiguen su propósito. Que los saltos coreados de doña Begoña, recuerden al vuelo de las garzas comparados con las ridículas elevaciones de sus compañeras.
Y lo escribo para que los intrigantes e inventores de rumores y falsededes, atiendan de una vez a la lógica de los motivos y las necesidades. Ella, la Señora de, la gran feminista, la empresaria, la complutense, la directora de «masters», la Livingstone del siglo XXI, vuela a Santo Domingo a entrenar sus saltitos. Y nada más. Y el que piense lo contrario, o es un envidioso o un manipulador.
Es decir, que el firmante de este artículo es un envidioso y un manipulador.
¿Cabe más sinceridad?