La Internacional
En Sánchez se acumula el odio de 1918. Y seguimos en España con una fuerza conservadora, liberal y callada, que no reacciona
La Internacional es el himno comunista por excelencia. Comparte belleza musical y violencia en el texto. Recomiendo la versión del Coro del Ejército Rojo, dirigida por Boris Alexandrov. Se aprecia la música y la perfecta interpretación coral, pero al cantarla en ruso, sólo la entienden los rusos. La traducción al español –hay dos versiones– no está lograda. Puede molestar a la Memoria Histórica, pero el Cara al Sol, del maestro Tellería, con letra –en su primera estrofa– de José Antonio Primo de Rivera, Luis Urquijo, y José María Alfaro –entre otros–, y la segunda estrofa exclusiva de Agustín de Foxá, es un himno que canta a la esperanza de una España en paz, en tanto que la Internacional es no sólo violenta, sino amenazadora. Y por supuesto, nada acorde con el comunismo español de la actualidad, que es un comunismo disfrazado de socialismo cuyo único fin –o el principal– es el enriquecimiento de los golfos que nos gobiernan.
Oír a Pedro Sánchez, con el puño en alto, cuando canta «¡Arriba los pobres del mundo/ en pie, famélica legión», da risa. A Illa, que es más soso que unas patatas guisadas con chorizo, pero sin chorizo, La Internacional no le pega. A Sánchez sí, porque su condición de extremista de la izquierda, su discrepancia con España, su abrazo al separatismo y al terrorismo, y su inobjetable y creciente resentimiento, en La Internacional resume sus íntimas intenciones. El próximo himno a cantar por Sánchez con el puño en alto es la «Warsawianka», la Varsoviana, también traducida muy mal al español, y muy recomendable en dos versiones. La del Coro del Ejército Rojo de Alexandrov, y la del actual Coro del Ejército Ruso, que ha sumado a las voces masculinas, los extraordinarios trinos de las mujeres. Las voces rusas son maravillosas, y si no se entiende lo que cantan, mejor. Al menos en sus preocupantes himnos violentos.
En la transición, la entonación de La Internacional en las clausuras de los congresos de Comisiones Obreras era, como poco, desconcertante. El ala dura del comunismo se aferraba a la vieja letra, en tanto que el comunismo influido por el italiano Enrico Berlinguer, el llamado Eurocomunismo, finalmente aceptado por el responsable de los seis mil asesinatos de Paracuellos del Jarama, suavizó el texto convirtiendo a La Internacional en «La Internacionalita». Como si el Mariachi Vargas de Tecalitlán –el mejor– entona el «Jalisco», y la mitad de sus componentes cumplen con la letra de la famosa ranchera, y la otra mitad prefieren entonar el «México Lindo» de Jorge Negrete. Un lío.
Sánchez es partidario de la versión dura, porque admira más a Stalin y Lenin que a Gorbachov. Cuando se llega al «y se alzan los pueblos ¡con valor!», al camarada Sánchez se le humedecen los ojos, y sueña con un campo de concentración en Pinto, con Isabel Ayuso famélica obligada a recomponer la línea ferroviaria, por la que transita un único tren. El que lleva desde la Moncloa hasta Doñana a su familia y amigos, como el de Strelnikov en el Doctor Zhivago de Pasternak, en su versión cinematográfica. Sánchez no canta bien. Es imposible que cante bien y con cadencia quien jamás ha leído ni escrito nada de nada. La música es un libro con notas en lugar de letras. El pobre Illa, que también se mueve en el ajo de las mascarillas de Koldo y Ábalos, no está sanguíneamente capacitado para cantar «La Internacional». Si acaso, a lo más que puede llegar, es a tatarear «tengo una muñeca vestida de azul, con su camisita y su canesú», en versión catalana, claro está, que no pretendo ofender a nadie.
Pero no. En Sánchez se acumula el odio de 1918. Y seguimos en España con una fuerza conservadora, liberal y callada, que no reacciona. Que se siente cohibida y acomplejada. Y lo malo es que, de seguir así, Sánchez va a pasar de cantar La Internacional a ejecutar su texto sin miramiento alguno. Y no estaremos en la España de 1936, sino en la Rusia de 1918.
¡Viva La Internacional!