El Coco
Los entendedores afirman que el futuro del actual Gobierno se ha oscurecido por las actividades empresariales de tan distinguida dama, a la que denominan sus aduladores como «primera dama» de España
Los niños no son idiotas. Todos hemos sido niños. Y no conozco a ninguno que haya temblado de miedo con el Coco. «Si no te duermes, viene el Coco». Y el Coco no vino nunca, porque al Coco no le apetecía nada hacer el ridículo, como al pobre y desdichado Fantasma de Canterville de Oscar Wilde. Otra cosa era la amenaza del practicante. «Si no comes, llamo al practicante para que te ponga una inyección de Vitamina B». En algunas familias en las que la educación de los niños se encomendaba a una «mademoiselle» –la madmua–, el Coco se convertía en Cocó, y los niños al ser advertidos de la llegada del «Cocó» se tronchaban de risa.
En Holanda y una parte de Flandes, la amenaza, el monstruo era el Duque de Alba. Y los niños se comían todo el queso de bola y se dormían después con dolores digestivos para no ser visitados por nuestro Duque. Ahora los niños sólo se asustan si, por cualquier motivo, los padres intimidan su desobediencia con quitarles el ordenador. Y en esas estamos y estábamos, cuando ha surgido un nuevo Coco que sí asusta. No a los niños, sino a los ministros del Gobierno, a los altos cargos socialistas, a los periodistas del gigantesco pesebre y a todos los que participan en el conglomerado del golpe de Estado. Y ese Coco tiene nombre y apellidos. Y Sánchez ha prohibido terminantemente su mención. El Coco que atemoriza al social-comunismo o comunismo-social, se llama Begoña Gómez Fernández.
Begoña Gómez Fernández es, sin duda, una mujer decidida. Administraba con exactitud y pericia los negocios de su padre, que tenía que ver con el ramo de las saunas y masajes, nada deshonroso por otra parte. Se trata de un negocio desconocido para mí. Jamás he acudido a una sauna, y los masajes, cuando la espalda me recuerda mi pasado de gran deportista, me los aplica un gran profesional, que fue boina verde en el Ejército. Un tronco de tío, que no domina los entresijos y las travesuras del masajito homosexual.
Su decisión llevó a Begoña Gómez Fernández por ambiciones más amplias. Y sin haber culminado ninguna licenciatura universitaria, la Universidad Complutense le concedió una cátedra, lo cual es prueba irrefutable –en catalán irrefutapla–, de su valía. Organiza cursos y «másters», y destaca por la claridad de sus conceptos y la docta verborrea de sus mensajes. Por otra parte, combina su cátedra con experiencias empresariales y contactos internacionales de alta influencia. El Africa Center del Instituto de Empresa, la coordinación del Gobierno con líneas aéreas en problemas económicos, y sus constantes viajes a la República Dominicana para descansar y otras cosas. Pero algo tiene que existir detrás o delante de sus actividades, cuando su nombre, sólo la mención de su nombre, produce escalofríos y temblores en el Gobierno de la exnación.
Los entendedores afirman que el futuro del actual Gobierno se ha oscurecido por las actividades empresariales de tan distinguida dama, a la que denominan sus aduladores como «primera dama» de España, título que jamás ha existido, y que, de existir, correspondería a la Reina. En la nación de la «primera dama», los Estados Unidos de América, no se entendería que la mujer del presidente interviniera en negocios, porque los ciudadanos podrían pensar que su condición de «first lady» y una actividad empresarial con dibujos comisionistas son incompatibles, en catalán incumpatiplas. (Los españoles estamos obligados a renunciar, al fin, a un modesto idioma que hablan seiscientos millones de habitantes del planeta Tierra, y adoptar como lengua común el que usan cinco millones de españoles, si bien la Comunidad Europea insiste en no reconocerlo como idioma oficial, lo cual resulta incomprensible, en catalán incumpransipla).
Y que de esa incompatibilidad pueden abrirse las grietas del muro. Que no está bien, en el fondo, hacer negocios y ser la mujer del presidente del Gobierno, porque juega con las cartas a su favor. De ahí los temblores que origina la pronunciación de su nombre y apellidos en el Congreso o en el Senado. Y de ahí también, la prohibición de mencionar su identidad por parte del Gobierno.
Nadie pone en duda su valía y decisión. Pero claro, hay cosas y detalles, que vaya por Dios, no terminan de favorecer al Gobierno y, menos aún, cuando Begoña Gómez Fernández no está aforada. Que lo estará, aunque todavía no se hayan atrevido a hacerlo con un decreto-ley.
Su nombre causa escalofríos. Más que el Coco.