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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Abascal es peor que Puigdemont

Salvador Illa juega ya a algo muy peligroso: poner en la diana a rivales políticos, como en el pasado más siniestro

Actualizada 01:30

Lo ha dicho Salvador Pilla, antes de Koldo conocido por Illa: «Los españoles temen a Abascal más que a Puigdemont». Y se ha ido a decirlo al extranjero, que queda más melodramático: las tonterías, si las dices en inglés y en un foro como la London School of Economics, pueden parecer los diálogos de Platón, las memorias de Chateubriand o «El príncipe» de Maquiavelo, aunque al traducirlas se queden en un chiste de gangosos de Arévalo.

El ciclo de elecciones que se echa encima nos hará ver arder naves más allá de Orión, con Sánchez hiperventilando como nunca contra el fascismo, a ver si cuela y se disipa el olor a corrupción y rendición que le acompaña, con medio Gobierno y media familia pringada y la única duda de si se humillará más con Puigdemont que con Otegi o con Mohamed de Rabat que con cualquiera de los dos.

Pero la frase de Salvador Mascarilla, que debería estar en un banquillo por la gestión de la pandemia y por la bárbara adjudicación de reiterados contratos a dedo a empresas sospechosas con intermediarios siniestros, tiene al menos una virtud: resume gráficamente la esencia del proyecto sanchista.

Porque donde pone Abascal podrían poner, estos socialistas largocaballeristas que no saben quién fue Largo Caballero pero lo imitan, a cualquier español que no les vote, a cualquier periodista que no se santigüe a su paso, a cualquier empresario que se queje, a cualquier agricultor que proteste, a cualquier autónomo que se indigne y, en fin, a cualquier ser humano que simplemente se niegue a vivir en la Matrix sanchista.

El deterioro de la civilización que encarna este PSOE no solo necesita ya del blanqueamiento obsceno del verdadero peligro, sino también la incriminación del simple disidente, al que se sitúa en la diana con alevosía frentepopulista.

A Abascal, y a todo VOX, le han señalado por discutir en su día la existencia o el funcionamiento de 17 miniestados bulímicos, las Autonomías, acusándole de cargarse con ello la Constitución. Algo que solo han hecho, de manera ilegal e incluso violenta, los socios de Sánchez, premiados con un indulto y una amnistía.

Ese mecanismo de animalización del rival y de humanización del animal siempre ha sido, a lo largo de la historia, la antesala de terribles fechorías, como el asesinato de Calvo Sotelo en la España republicana poco después de que un diputado socialista, Ángel Galarza, le señalara en el Congreso con una amenaza borrada del Diario de Sesiones pero transcrita en los periódicos de la época: «Encuentro justificado todo, incluso el atentado personal». Idéntica frase a la que también consta en el diario de sesiones que espetó el fundador del PSOE, Pablo Iglesias, contra Antonio Maura, presidente del Consejo de Ministros, días antes del atentado que sufrió en Barcelona.

Illa habla bajo y tiene gafas, como el disfraz que esos animales de colores se ponen para esconder el veneno. Pero su declaración contra Abascal es un acto de justificación de la violencia, que él y su partido ya han sufrido durante años sin que nadie en el Gobierno ponga el grito en el cielo: estaban dedicándole tiempo a indultar a ETA y trasladar a sus presos como para darle importancia a que los malos sean apedreados.

Y en esto de la violencia, quien no condena, incentiva. Por trágico que parezca, al PSOE no le importa ya ni caldear el ambiente lo suficiente como para que algún loco remate algún día el trabajo sucio. Otra vez.

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