Aprenda economía con Grande-Marlaska
Si te administras bien, como este admirable ministro, puedes comprar villas con jardín ornamental, jardinero y piscina al contado y sin despeinarte
Cuando era presidente de Galicia, el veterano Manuel Fraga tenía la costumbre anual de llevarse a su Gobierno a un retiro político de un par de días en un monasterio. Cuando encierras a un grupo de adultos en un lugar aislado y quedan algunas horas muertas y libres, pronto va emergiendo el carácter real de cada cual, como en una suerte de regresión a los días escolares: el tímido, el bocazas, el pillín, el inteligente, el trepa… Uno de aquellos consejeros de don Manuel gastaba fama en los mentideros galaicos de tener la mano larga y haber acopiado una fortuna con sus tejemanejes. En una de las cenas del retiro, con el gran patriarca presidiendo y el vino ya aflojando las lenguas, un consejero que cultivaba imagen de ingenuo preguntó a su colega que estaba forrado: «Si tú y yo ganamos lo mismo, ¿cómo es que yo tengo lo justo y tú en cambio tienes… [y empezó a detallar algunas de sus propiedades]?». Cuenta la leyenda que al verse aludido así ante la mirada del jefe, el pícaro se puso rojo como una guindilla, aunque enseguida se rehizo y explicó con tranquila suficiencia: «Es que de joven tuve la buena vista de comprar un solar en Madrid que no valía nada, pero que con el tiempo se revalorizó tanto que he podido ir haciendo cosas». Fraga se hizo el loco y allí quedó la cosa.
Mi paisano coruñés César Antonio Molina es uno de los mejores gestores culturales españoles, como demostró en el Círculo de Bellas Artes y en el Cervantes. Ahora está en el dique seco, desaprovechado, porque la derecha no le perdona que fuese ministro con Zapatero y la izquierda, que se haya plantado contra el desbarre sanchista para defender a España y su democracia. César Antonio, notable poeta y ensayista erudito, estaba haciendo una labor excelente como ministro cuando Zapatero lo llamó a Madrid con urgencia desde un viaje en el extranjero para decapitarlo. César tenía un porte clásico, no era lo suficientemente sectario y además molaba más poner a una mujer. Fuera. Tras el cese le ofrecieron el consuelo habitual: quedarse de diputado asentidor, apretando el botón del «sí» como un pollo sin cabeza. Pero renunció enseguida a su acta y al partido para preservar su independencia y dignidad.
Me acuerdo de él ahora porque poco después de ser cesado como ministro vino a una cena distendida en ABC con gente de la cultura. Al acabar la velada, cuando me marchaba caminando, lo vi subiendo en el aparcamiento a su coche: un Volvo destartalado, del año de la polka. Me quedé pensando: un tipo honorable, que ha pasado por la política sin llevarse un duro.
Pero César, o yo mismo, tal vez somos tan solo unos manirrotos que no sabemos administrarnos. Existe gente talentosa que podría enseñarnos a manejar mejor nuestros caudales. Pienso, por ejemplo, en Fernando Grande-Marlaska, un genio de la economía. Como ministro tiene un sueldo anual de 80.000 euros y antes fue juez, lo cual –por desgracia– tampoco se premia en España con salarios fastuosos. Marlaska vive en gananciales con su pareja, Gorka, un profesor de instituto (y que yo sepa tampoco tienen sueldos de directivos del IBEX). La madre de Marlaska era costurera y el padre, poli municipal, padres de tres hijos en Bilbao. No se presupone ahí una inmensa herencia. Pero Fernando y Gorka son unos fenómenos. Tienen un piso de casi 200 metros al lado de Tribunal, en el corazón de Madrid, donde hoy el ladrillo cuesta un ojo de la cara. También tienen un modesto fin de semana en San Lorenzo, con una casita de 141 metros cuadrados y una piscina de 57 metros. Pero viendo que las cuentas les salían, ahora han dado un estirón más y han sumado al patrimonio un chaletazo (o villa) en San Lorenzo de El Escorial de tres plantas, 420 metros cuadrados, piscina y finca con jardines ornamentales de 4.600 metros (que cuida un jardinero). La han pagado sin hipoteca. Unos ases del ladrillo.
Por favor, refrénense de inmediato las mentes calenturientas y malpensadas. Todo se ha logrado porque Fer y Gorka saben mirar la pela. Solo comen latas de fabada Litoral y arroz en blanco, no viajan jamás, no pisan un restaurante, son unos inversores formidables –con un ojo que hace palidecer a Warren Buffett, el oráculo de Omaha–; y más austeros que Simeón el Estilita, que se pasó 37 años penando encaramado en lo alto de una columna. Además, probablemente jugarán a las quinielas y habrán acertado un par de ellas.
La notaria que escrituró la compra de la villa ha aclarado a El Debate que Fernando compró la dacha de El Escorial de una tacada y sin hipoteca porque «le ha vendido el piso de Tribunal «a un americano». La transacción todavía no constaba el viernes en el registro, cuando ya figuraba como dueño de la nueva propiedad. Pero seguro que todo está en regla. La notaria, amiga personal del ministro, fue condecorada días antes de la firma por el Gobierno de Sánchez y Fernando le hizo entrega personalmente de la distinción en Interior. En España hay unos 3.000 notarios. Imaginamos que muy pronto Marlaska condecorará también a los restantes.
El socialismo tiene estas cosas. Mientras a la clase media común la pasta no le llega a nada entre la inflación y la rapacidad fiscal del Gobierno, resulta que los próceres socialistas se compran sin despeinarse mansiones con vistas al Escorial.
Cuando Reagan sacó a Estados Unidos de la depresión económica se saludó su gesta hablando de las «Reaganomics». Es tiempo que en España empecemos a aplaudir las «Marlaskanomics».
Ánimo, Fernando, que si seguís ahorrando, en tres añitos Gorka y tú os compráis la Torre Picasso.