Sonrisas de plástico que dan miedo
En la vida pública española cada vez hay más risas falsas y menos sentido del humor, vamos avanzando en la línea del Joker de las películas
El museo Victoria & Albert de Londres, en teoría dedicado a las artes decorativas, es un capricho victoriano que no se acaba nunca. Como la entrada es gratuita, cuando vivía en la ciudad pasé muchas horas jugando a extraviarme por sus salas. Me divertía especialmente su larguísima y casi desierta planta de las porcelanas y, por supuesto, su Galería de las Copias, abierta en 1873.
Dado que en el XIX los ingleses del común no tenían pasta –ni vuelos de Ryanair– para viajar «al Continente», los próceres victorianos tuvieron la bienintencionada y alocada idea de copiar los mejores monumentos europeos y plantar esas réplicas en el museo V&A al alcance de todos. Lo asombroso es que lo consiguieron. Allí están, por ejemplo, las copias exactas a tamaño real del David de Miguel Ángel o de la columna de Trajano. Cerca de ellas, el mismísimo Pórtico de la Gloria de Santiago. Para efectuar la reproducción, los británicos fijaron moldes de yeso sobre la virguería compostelana del Maestro Mateo, completada en 1211, y se merendaron así parte de la policromía.
Como en Santiago siempre hay abarrote y en el Pórtico de Londres no había muchas veces casi nadie, he pasado más tiempo estudiando tranquilamente la copia que el original (aunque de niño, cuando no había que pagar por entrar ni existían las hordas de turistas en bermudas y con cascos en las orejas, mi padre nos llevaba algunos sábados invernales al Pórtico, para que despejásemos nuestras inteligencias con los rituales cabezazos al llamado «Santo dos Croques»). Como a tanta gente, ante el Pórtico siempre me llamaba la atención lo mismo: en medio de todos aquellos rostros hieráticos, pétreos, solemnes, había uno que se partía de risa, el profeta Daniel, al que secundaba San Juan, aunque con una sonrisa más reservada.
¿Por qué retrató el escultor románico a Daniel con semejante jovialidad? Algunos estudiosos creen que en referencia al pasaje bíblico donde el profeta se ríe de los idólatras. Pero quién sabe… La sonrisa tiene mucha más miga de lo que parece.
Físicamente, parece ser que consisten en una reacción química del cerebro que activa los músculos faciales. Sonreír es connatural al ser humano. Ayer apareció por el periódico una compañera con su bebé recién nacido y ensanchaba el ánimo ver la niñita tronchándose ella sola en el carrito. Pero la civilización ha afectado a la manera de sonreír y a la representación artística de la misma. La historia de la antigüedad es la de la caries y las bocas huérfanas de piezas. Por eso la sonrisa era contenida, con los labios bien cerrados. Circunspecta, sin exagerar la juerga.
Pero en el siglo XVIII algunos europeos empiezan a cuidarse más la boca y mejoran también los sacamuelas. Hay quien data en el año 1786 el inicio de la llamada «Revolución de la sonrisa de París». Ese año, la pintora Elisabeth Louise Vigée Le Brun se autorretrata junto a su hija incorporando una asombrosa novedad: ¡sonríe con la boca abierta mostrando unos piños blancos, perfectos!
El arte y las convenciones sociales empiezan a cambiar, pues hasta entonces una sonrisa tan franca y desenvuelta era licencia reservada a beodos, niños y lunáticos. El Terror de la Revolución, acorde a su tétrico programa, restringirá las sonrisas, e incluso se llegará a prohibir las risas en la Asamblea Nacional. Reírse se convierte así en un acto de resistencia conservadora, o en un gesto tolerado solo en la algarabía anárquica de los desposeídos.
Mandatarios altivos como Napoleón y De Gaulle continuarán en la línea de sonrisa cero. No verán un retrato oficial de ellos sonriendo. Hoy ocurre al revés, nuestros grandes políticos occidentales sonríen sin ton ni son.
El siglo XX, los actores de Hollywood provocan una explosión triunfal de la sonrisa, que ha degenerado ya en este siglo XXI en el impero de la risa de plástico. No sé si se han fijado: de la leve mueca comedida de cortesía, con los labios un poco inclinados hacia arriba, hemos pasado a unas risas atolondradas, que son una máscara de cordialidad fingida que a nadie engaña.
Presentadores de televisión sonríen sin descanso, sin que se sepa por qué, mostrando una hilera de dientes de una blandura postiza, que casi obliga a mirarlos con gafas de sol. Pilar Alegría, y la portavoz anterior, la Ministra Sonrisa Isabel Rodríguez, se tronchan en el Consejo de ministros, con unas sonrisas que en realidad son facazos-láser a la oposición. Y por encima de todos, ríe sin templanza y de una manera cada vez más extraña aquel al que apodan ya por el alias del archienemigo de Batman.
Nunca se había sonreído tanto en España. Y nunca había escaseado tanto el sentido del humor en la vida pública. Los políticos actuales, a diferencia de sus pares de antaño, son alérgicos al relajo que proporciona un apunte humorístico. En calles y tabernas, contar chistes está en peligro de extinción, pues han sido sustituidos por los memes y los vídeos del guasap. El humor, uno de los atributos de la inteligencia y uno de los mejores lubricantes de la convivencia, está a la baja, mientras sufrimos una inflación de las sonrisas níveas de cartón piedra.
Tengo un amigo que dice que cada vez que ven en la tele al Joker Supremo enchufando su sonrisa postiza de las grandes ocasiones se lleva la mano a la cartera. No le falta razón. Nunca nos habían averiado el país con tanta risa.