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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Pitar el himno y al Rey, pero menos

En Francia suspenden partidos por silbar a 'La Marsellesa', aquí nos alegramos de que el escupitajo sea algo menor que otros años

Actualizada 01:30

Con toda su buena intención, no pocos medios de comunicación, incluyendo El Debate, han valorado positivamente el aparente civismo de la afición del Athletic de Bilbao durante la final de la Copa del Rey en Sevilla.

Hubo silbidos a Felipe VI al aparecer en el palco, pero menos; y el boicot al himno de España no fue tan aparatoso como en otras ocasiones, o fue tapado por los cánticos de la grada del Mallorca, tan española como Rafa Nadal, o se minimizó por los trucos tecnológicos de RTVE, que los tiene muy ensayados ya con Pedro Sánchez, cuya única aparición en público sin abucheos que se recuerda fue bien reciente, en la cripta de Cuelgamuros, por razones obvias.

Con la misma benevolencia se aplaudió en la previa un comunicado pacificador del club vizcaíno, en el que se instaba a la afición a guardar decoro con una peculiar reflexión: «El respeto a cualquier símbolo o himno en competiciones deportivas (…) supone una muestra de educación, civismo y tolerancia que trasciende otras cuestiones o reivindicaciones. El respeto es uno de los principios fundamentales del Athletic Club. Somos una institución que se enorgullece de tener una identidad única en el fútbol, #MadeInEuskalHerria».

Un tono muy similar al de otros comunicados del único club que siempre juega con once españoles, según decía con sorna Anson en tiempos, a cuento de los cánticos habituales en cada partido en San Mamés: «Arriba, arriba, arriba, arriba con la Goma 2, que en Euskadi se prepara, que en Euskadi se prepara, pim pam pum, la revolución».

Ante esto, la directiva también instó a la contención, con otro argumento maravilloso: «El coste a final de temporada es extraordinario y supone un grave perjuicio económico para el club».

Si lo juntamos todo, tenemos un cuadro final delicioso: una parte de la afición acude a una final de la Copa del Rey al que no reconocen para pitarle, una semana después de entonar vivas a ETA, y el club les pide contención para no tener que pagar sanciones o por demostrar la categoría de Euskal Herria, la Nación imaginaria del nacionalismo vasco compuesto por siete provincias a ambos lados del Pirineo.

Los primeros, los zoquetes batasunos, no representan al conjunto de la afición, obviamente, pero la suplantan al combinar su ruidosa actividad con la pasividad condescendiente de la grada.

Y el segundo, la «institución con una identidad única en el mundo», se conforma con apelar al daño económico que provocan los excesos o a probar con una apelación general al civismo, por si los energúmenos pican el anzuelo y se moderan por las razones equivocadas: no se trata de respetar la competición y lo que simboliza, que es España, sino de hacerlo como lo harías en una boda católica siendo islámico, por mera educación.

Con esto nos conformamos. En Francia, en 2002, la final de Copa entre el Lorient y el Bastia, de Córcega, la afición corsa pitó cuando sonaba La Marsellesa: Jacques Chirac, presidente de la República, se fue del palco durante veinte minutos y, al final del partido, se negó a saludar a los jugadores del equipo independentista.

Una escena que se repitió en varios encuentros internacionales, por lo general ante selecciones como Argelia y Túnez, y culminó con una reforma legal de Sarkozy que obliga a suspender los partidos cuando se falta el respeto a los símbolos nacionales. Desde 2008, no ha vuelto a pasar.

Aquí seguiremos con el complejo de aceptar que las aficiones del Bilbao, el Osasuna, la Real Sociedad o el Barça se des homenajes insultantes en torneos españolísimos que sorprendentemente quieren ganar, y nos congratularemos de que el «pitómetro» de la velada registre valores un poco menos agresivos. Cómo no va a estar en crisis España si le damos las gracias a quien nos escupe, si tiene el detalle de escupirnos un poco menos.

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